Javier Lambán será elegido el miércoles, salvo sorpresa inesperada, presidente de Aragón. Será la segunda vez que resultará investido, emulando a su antecesor como secretario general del PSOE, Marcelino Iglesias. Los dos son los únicos que ostentan el honor de haber repetido como presidentes. Ninguno de los otros seis restantes pudo repetir al frente del Gobierno. Y nadie lo hizo con mayoría absoluta en una tierra con el Parlamento más plural, junto a las Baleares, de todo el Estado.

Lambán gobernará gracias a un pacto inédito y de encaje complejo, a cuatro bandas, con formaciones muy distintas entre sí que hasta hace poco se cruzaban reproches y a los que la necesidad les ha condenado a entenderse. 36 diputados de cuatro formaciones apoyarán a Lambán. Frente a los 31 del PP, Cs y Vox, que se quedarán en la oposición. Será la primera vez en la que habrá más partidos apoyando al Gobierno que en la oposición. Eso, en las Cortes con más grupos parlamentarios de la historia: ocho. De este modo, Aragón vuelve a dar ejemplo de su capacidad de pactos, algunos tan célebres como los conseguidos tras la muerte de Martín el Humano, hace 609 años.

Solo en las primeras elecciones, en 1983, el socialista Santiago Marraco se acercó, con 33 escaños, a esa mayoría absoluta. La mitad de los que tenía aquel Parlamento de 66 diputados que, en la siguiente convocatoria, ya tuvo 67 para evitar empates. Solo José Marco, ocho años después, igualó esa cifra. No le sirvió para gobernar tras las elecciones, ya que un acuerdo entre el PP y el PAR -con 17 diputados cada uno- aupó a la Presidencia al aragonesista Emilio Eiroa. Dos años después, con el voto tramposo del tránsfuga Emilio Gomáriz pudo gobernar Marco en una etapa ignominiosa de la política aragonesa.

Dos veces hubo presidentes del PP, tan efímeros como lo es una legislatura. Santiago Lanzuela, en 1995, y Luisa Fernanda Rudi, en el 2011. Ambos apoyados por el PAR, formación que ha participado en 8 de los 10 gobiernos constituidos tras las elecciones. Tan solo estuvieron fuera en 1983 y en el que acaba de concluir. El exfutbolista Gary Lineker sentenció que el fútbol es un deporte en el que juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania. Algo parecido sucede en la política aragonesa, en la que juegan muchos y siempre gana el PAR. De hecho, el futuro vicepresidente, Arturo Aliaga, ostentará otro récord nunca igualado por nadie: si Lambán, como todo indica, lo incluye en su Gobierno, habrá formado parte de tres Ejecutivos distintos, en cinco legislaturas diferentes y con dos partidos de signo distinto: el PSOE y el PP.

Política posibilista

Las coaliciones, por tanto, son la esencia de la política aragonesa, caracterizada por el entendimiento y el posibilismo. El nuevo Gobierno que a partir de finales de esta semana comenzará a andar estará formado por el PSOE y CHA, que reeditan el acuerdo que les ha permitido gobernar coaligados los últimos cuatro años, y se añaden dos formaciones más: Podemos y el PAR. El único pacto posible tras descartar Ciudadanos su apoyo al PSOE y rechazar el PAR cualquier acuerdo que incluyera a Vox, imprescindible para que prosperara un Gobierno del PP, Cs y el PAR.

Al día siguiente de las elecciones de aquel lejano 26 de mayo quedó claro que los aragonesistas, pese a su nuevo descenso en votos y escaños, desempeñarían un papel determinante en la gobernabilidad. Y la izquierda, con menos escaños que la derecha, solo podría gobernar con un acuerdo que incluyera al PAR, otrora objeto de sus reproches. Ya entonces se tenía la certeza de que ese pacto, aunque complejo, llegaría. No se sabía cuándo, pero todos estaban seguros de que arrinconarían sus discrepancias en pro del acuerdo.

Y ha llegado, más de dos meses después, aunque el PSOE ya lo había atado con Aliaga tiempo atrás para que los aragonesistas no tuvieran la tentación de virar a la derecha. El resto de socios asumió con pasmoso pragmatismo la obligación de entenderse para evitar cualquier giro de un compañero de viaje tan veleidoso. El mismo que tan solo tres meses antes se había fotografiado en Colón en una manifestación ultraconservadora. De hecho, en la ya célebre foto a Aliaga se le ve de refilón por los empujones que el flamante senador de Castilla y León, el vasco de toda la vida recién empadronado en Segovia Javier Maroto, al que le dio por colocarse en primera fila. El mismo Aliaga que un mes antes de las elecciones autonómicas abogaba por reeditar en las generales el acuerdo con el PP.

Los cuatro partidos que ahora van a formar el Gobierno sabían que el pacto era una necesidad. Durante estos meses han insistido en que era la única forma de que la política ultramontana de Vox no pudiera influir con sus políticas como lo está haciendo. Que Aragón necesitaba un pacto centrado, aragonesista y que permitiera avanzar en políticas de progreso y de interés general. A estas buenas intenciones se le suma la situación interna de cada partido. La necesidad de entrar en un Gobierno al considerar que eso les otorga visibilidad y también les permite situar en puestos de poder a personas importantes en sus formaciones que se quedaron sin cargo público tras los resultados electorales. Algo que también conviene recordar, ya que lo prosaico no es incompatible con lo elevado.

La discreción y opacidad con la que los cuatro partidos han negociado el acuerdo contrasta con el espectáculo lamentable de las filtraciones de Podemos y PSOE en las negociaciones para investir a Pedro Sánchez en el Gobierno central y con la retransmisión de las conversaciones en La Aljafería hace cuatro años. Así han evitado distorsiones y un ruido que sabían que podría perjudicar al buen desarrollo de un acuerdo no exento de generalidades y puntos redactados para que todo el mundo se sienta cómodo.

Así, el ICA se elimina y lo aplaude Podemos, aunque se sustituirá por otro impuesto. Se habla de infraestructuras hidráulicas y un Pacto del Agua y se eluden cuestiones espinosas como Yesa o Biscarrués que defienden PSOE y PAR pero que son caballo de batalla de CHA y Podemos (donde una de las negociadoras del acuerdo, Marta de Santos, es la misma que llevó a Fiscalía Anticorrupción la gestión del agua del PSOE-PAR y una de las más firmes opositoras a los grandes embalses y una de las posibles consejeras, Maru Díaz, acusó en campaña a ambos de escandalosa corrupción). El catalán y el aragonés se omiten por el genérico «lenguas propias» y así el PAR puede seguir negando la existencia del catalán. Los acuerdos en política fiscal contentan a la izquierda por la progresividad y al PAR por estudiar la supresión de Sucesiones y bajar la presión fiscal.

Y así, lo que ayer parecían diferencias insalvables hoy son ejemplo de que en la política aragonesa todo es posible y los pactos, aunque sean por necesidad, son parte de su esencia.