"Ha sido toda una sorpresa", decía Ferguson, que acababa de toparse con la señora castañuela nada más bajar de su avión desde Londres. A él, lo del "candyman" (o, como decían los españoles "el que va disfrazado de adoquín") le parecía "un fantástico gesto de hospitalidad" en Zaragoza. Algo que ni remotamente se pareció a la sensación de los pasajeros del vuelo desde la capital aragonesa a Londres, que salió unos minutos después. Nada más desembarcar, los viajeros se vieron absorbidos por el enorme caudal de turistas en el enorme aeropuerto de Stansted.

Con o sin caramelos, ambos destinos ofrecían alicientes. En Zaragoza, Ferguson y sus amigos English y Colon reconocían que pisaban la ciudad por primera vez. "Ahora nos quedaremos dos noches", explicaban.

Otros se preguntaban: "¿qué celebramos?". Pero ni siquiera los recién llegados directivos de la empresa Gazley, que venían por negocios concernientes a Pla-Za, dejaron pasar la oportunidad de hacerse con el kit regalo: un adoquín, un clavel, una bolsa de Turismo de Aragón, guías y una caja roja en forma de "Z" y llena de caramelos.

A Alfons Claver, director de marketing de Ryanair, aquello le parecía "estupendo". "Es una forma de promocionar muy original y que a los turistas seguro que les va a encantar", vaticinaba. Y lo cierto es que así fue.

Mister Pennington estaba totalmente absorto con la Z roja, preguntando qué era eso a su mujer, que disfrutaba de la situación aún sin entenderla del todo. Antes, la señora Clavel había abordado ya a la primera pasajera que salió del avión. Curiosamente, fue María Jesús Lechón, propietaria de varios restaurantes de Zaragoza, como La Republicana. Michelle Roc, una francesa residente en Londres pero que durante años vivió en la ciudad del Ebro, calificó la idea de esta improvisada fiesta como "divertidísima". "Volveré más porque con estos precios y este vuelo directo dan ganas de hacerlo".

También el director general de Gazley, John Duggan, que había sido recibido por el consejero Velasco, valoró la situación. "El vuelo ha sido comodísimo y el inicio de esta ruta sería un importante estímulo para las relaciones comerciales con muchas empresas británicas", explicó. Y lo de las castañuelas andantes le pareció "very good".

Mientras los últimos pasajeros desembarcaban, algunos zaragozanos esperaban a que salieran sus familiares, recién llegados de Londres. Los padres de David Casas no salían de su asombro: "¿Pero nos tenemos que poner a bailar la jota, o qué?".

También el pasaje del vuelo a Londres, que viajó en el mismo avión que los recién llegados a Zaragoza, se encontraron la animación de calle en pleno aeropuerto, aunque el espectáculo pasó para ellos algo más desapercibido. "En lugar de adoquines, podían habernos dados descuentos", decía Ana Gros, que viajaba con su hijo Alex.

Los 154 pasajeros que llevaba este vuelo de unas 180 plazas facturaron y embarcaron, con cinco minutos de retraso. Con todo el mundo sentado, las azafatas dieron un rosario de indicaciones sobre el salvavidas y demás normas de seguridad en perfecto inglés. Una grabación soltó las pocas palabras que se escucharon en castellano: "En este vuelo no está permitido fumar... Quien fume, podrá ser procesado". Por lo demás, unas cuantas turbulencias fue el único factor disonante del viaje. Las azafatas pasaban con sus carritos de refresco, con la única diferencia de que con Ryanair todo se paga. La Amstel a 4 euros y el agua a 2,50 cada.

Yolanda Sáenz, que hizo el año pasado un erasmus en la capital británica se sentía emocionada porque ahora le será "mucho más fácil" ver a sus amigos.

En Londres, sin claveles ni adoquines, los viajeros siguieron la rutina normal. Había que coger el tren express para la estación Victoria y llegar al centro de Londres (en 45 minutos y por 33 euros ida y vuelta, si el billete se compra en el propio avión). Comparado con el de Zaragoza, el aeropuerto resultaba enorme. Y casi se echaba de menos que un enorme señor plum cake te brindara un abrazo.