Dos descensos en siete años acumula Agapito Iglesias, destructor de un club al que arribó en el 2006 y al que ha convertido en una caricatura de lo que fue, un Zaragoza indigno en sus dirigentes, pero también en su entrenador y en sus futbolistas, que han completado una segunda vuelta catastrófica, con 12 puntos, que les ha condenado de forma justa al infierno. Ni siquiera pudo derrotar a un Atlético de vacaciones y se marchó con el farolillo rojo mientras el Celta celebraba la permanencia tras hacer los deberes. Deportivo y Mallorca acompañan a los zaragocistas, últimos por derecho propio tras 22 derrotas, diez en casa, otros dos récords más para uno de los peores equipos que ha visto el zaragocismo en 58 años en la élite. Quizá el peor.

La afición, el único asidero en el solar que es este club, clamó otra vez por la marcha del soriano, se concentró antes, gritó durante el partido contra él y lloró de rabia y de impotencia al ver que su Zaragoza se va otra vez a la categoría de plata. Algunos optaron por la vía de la violencia tras el partido, cuando se produjeron incidentes. Solo cuatro años desde el regreso en 2009, tres de ellos con milagros, contemplan la etapa más corta del equipo aragonés entre los mejores. Otro de los legados envenenados que deja Agapito.

JUGAR CON FUEGO El Zaragoza, tras varias campañas jugando con fuego, se terminó por quemar y enfiló el camino de las catacumbas, allí donde la gestión del soriano le conduce. El zaragocismo debe centrar sus esfuerzos en acabar con esta nefasta etapa en su historia, con tan terrible gestor, para de verdad creer que otro Zaragoza es posible. Siempre, claro, sin Agapito.

Pero sería injusto que el descenso solo señalara al soriano. También lo hace con Fernando Molinos, un presidente de salario millonario (600.000 euros) y nula capacidad de decisión, un simple parapeto para que Agapito siga manejando todo. Sin olvidar a Cuartero y a Checa, consejeros y brazos ejecutores del soriano, sus dos manos dentro de la entidad para manejarla desde la distancia, sea desde Madrid, Suramérica, África o donde diablos ahora ande Agapito. Uno lo ha sido en la parcela deportiva, el secretario técnico que no quiere ser nombrado como tal, y otro en la administrativa.

Y por supuesto queda claro que el héroe de la permanencia ha sido el conductor de este desastre. Con todos los condicionantes y excusas que él quiera poner, Jiménez perdió el control de la nave desde enero, creó problemas en vez de buscar soluciones y se ofuscó sin sentido. Así el Zaragoza pagó su poco fútbol, algunas lesiones, su inexperiencia y sus terribles errores como bloque. En el club vieron claro que el de Arahal, tras el récord de partidos sin ganar (15), no iba a enderezar el rumbo para lograr la salvación, pero Agapito no quiso asumir el coste del despido y el técnico no contempló dimitir. Esa guerra fría la pagó el Zaragoza, al que se le dibuja un negro panorama económico, con una tremenda disminución de ingresos televisivos. Al menos la suspensión por tres años de los pagos del convenio supone un respiro para el club, que necesita un ascenso rápido para no ver peligrar su futuro.

JIMÉNEZ Y LA PLANTILLA

Y restan los jugadores claro. Los Romaric o Loovens, de pésima aportación, el bajón de otros, como Postiga, Movilla, Abraham o Sapunaru, la mala temporada de Roberto, culminada con su sorprendente baja para el epílogo, la intrascendencia de Apoño y los vaivenes de rendimiento, por otra parte lógicos al ser debutantes, de Montañés, Víctor o José Mari. Por no hablar de la baja aportación de los fichajes de enero. Un mal equipo mal dirigido en el banquillo y en el club. Eso ha sido el Zaragoza y eso le ha llevado al infierno. Otra vez...