La mayoría de los familiares que llegaban al recinto ferial de Ifema, habilitado como un gigantesco tanatorio, lloraban ayer sin lágrimas, aturdidos, pero en silencio. La mayoría habían recorrido ya todos los hospitales madrileños, desesperados por la falta de listas oficiales y, una vez en el recinto, esperaban horas y horas sin saber nada.

Sólo oían buenas palabras, como "tranquilícese, intente mantener la calma" o "todavía no disponemos de información; en cuanto sepamos algo, se lo comunicaremos". Pero la incertidumbre era una losa cada vez más pesada. "Estamos esperando hace 12 horas y no sabemos nada. Lo peor es no saber nada", explicaba una mujer de 60 años que buscaba a su hijo.

A las ocho de la tarde, sólo 50 de los 192 cadáveres estaban identificados y la policía científica calculaba que la tarea no acabaría hasta hoy al mediodía. Les aguardaba a todos una negra noche. La tarea forense no era nada fácil. Primero pedían a los familiares descripciones físicas, fotos y prendas de ropa. Y por la tarde ya les solicitaban el número de empastes dentales porque había cuerpos totalmente irreconocibles.

La peor noticia

Algunos familiares pasaron de la alegría a la desesperación en cuestión de segundos. Un hombre que buscaba a su mujer embarazada recibió una llamada que le alegró la vida. Otro familiar la encontró en el Hospital de la Princesa. Minutos después, volvió a llamar al marido para decirle que su estado era tan crítico que no confiaban en que tuviera ninguna probabilidad de sobrevivir.

Para atender a los familiares se movilizaron centenares de psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, sacerdotes, enfermeros y forenses, que acudieron ayer al Ifema, donde se improvisó un enorme tanatorio. "A ver. Atención todos. La noticia la daremos en la sala habilitada en el centro médico", gritaba el coordinador del equipo de psicólogos que ayudan a los familiares de las víctimas. "¿Y las malas noticias?", preguntaba uno de ellos. "Esas las damos en las salas privadas, para que no se contagie la histeria. Luego los llevamos a identificar el cadáver".

Muchos de los profesionales fueron enviados por hospitales y organismos públicos. Otros se presentaron de modo espontáneo. Arancha y Marta, dos psicólogas recién licenciadas, sentadas mientras esperaban la asignación de familiar, confesaron: "Nos han preparado para esto, pero si vemos que flaqueamos lo dejaremos. Se trata de ayudar". Otro de los psicólogos está mucho más curtido: el 11-S lo vivió en Nueva York.

La escena más chocante se produjo cuando el personal de Ifema que acudía cargado con cajas de tila, agua, refrescos y cigarrillos se cruzó con los chavales que visitaban Aula, el salón de la enseñanza. No podían verlo, pero en la parte trasera del pabellón estaban empezando a desfilar decenas de coches fúnebres.