La plaza de toros de Zaragoza enloqueció como un manicomio cuando Diego Ventura acabó de un rejonazo fulminante con el quinto toro de la tarde, Plateado, un viejales de casi seis años (cumplía en octubre) que, a pesar de mostrar grandes dosis de mansedumbre, al menos se dejó hacer. Cierto que todo lo tuvo que poner Ventura. Desde que el añoso murube apareció por la puerta de chiqueros lo corrió al estilo campero ayudándose de la garrocha, una suerte vistosa y efectista para fijar lo más posible la atención del toro.

Los antecedentes hasta entonces fueron desecho, algunos sin presencia y muy dados a buscar el refugio de las tablas. Por tanto, la medida de intentar encelar al toro corriéndolo a la recta se antojaba como una solución antes de que apareciera el problema.

Máxime cuando en su primer toro, paradísimo también, el éxito se le había escapado entre los dedos por no resolver al final a pesar de haber cuajado igualmente una faena maciza que hubiera merecido premio.

Ventura no estaba dispuesto a dejar pasar esa última oportunidad y lo apostó todo al espectáculo dejando escaso margen al toreo fundamental y volcando su tarea en un único objetivo, reventar la tarde.

Como de ímpetu y determinación anda sobrado envidó todo corriendo al toro a dos pistas y cambiando alternativamente de mano al hilo de las tablas, como cosiendo al toro a la grupa de Sueño, uno de sus caballos más nuevos y que más promete.

También se lo dejó llegar muy cerca montando a Morante, un tordo que además, al tiempo de la reunión, estira el cuello intentando morder al toro. Para entonces la faena estaba lanzadísima aunque aún redondearía todavía más poniendo banderillas cortas con Remate.

Como quiera que el rejón resultó fulminante la plaza se tornó blanca y el palco dió contento a la petición otorgando los máximos trofeos.

En su mismo estilo bullidor y muy cercano a los efectismos pero sin tanta fortuna, Andy Cartagena pudo cortar dos orejas en el primero de la tarde pero todo quedó en un trofeo. Su segundo toro (hubiera cumplido los seis años en diciembre) también fue un dechado de mansedumbre.

En el último de la tarde Leonardo Hernández arrancó una oreja pero lo cierto es que siempre transitó por el camino de la pureza y el rejoneo clásico. En el cite y en el ejecución. Es trecho más largo y menos agradecido. Al menos a corto plazo.