Nos duele la imagen del pequeño niño sirio Aylan Kurdi, ahogado en una playa de Turquía hace cuatro años, así como las de las 800 personas, hombres, mujeres, niños y niñas que el pasado año murieron en el Mediterráneo, intentando llegar a España o las 1.500 que cayeron intentando llegar a otros países europeos. Y nos duele porque retrata el naufragio de todas las utopías posibles.

Nos duele el auge de la xenofobia y los discursos excluyentes, alentados por la indiferencia, el miedo a lo desconocido o el lema de «los españoles primero» que nos augura un futuro inquietante y desolador y que lamentablemente ha tomado carta de naturaleza política.

Decirles amables lectores, sin ánimo de amargar su café, que hay 68 millones de personas refugiadas en el mundo buscando un lugar donde poder vivir y trabajar con dignidad en paz y libertad. Familias separadas y me viene a la cabeza el llanto desgarrado de Yanela Sánchez, la niña hondureña arrancada de los brazos de su madre en la frontera de Estados Unidos. Familias hacinadas en los campos de refugiados en situaciones inimaginables y que nos están matando como sociedad. Consentirlo es un suicidio colectivo que retrasa el reloj de la historia.

Este año según CEAR son 46.000 las personas que han solicitado asilo y refugio en España, una cifra, sin duda, record pero que no debe asustarnos ni alentar caducos mitos que hablan de «invasión» o alertan contra la pérdida de identidad nacional. Desde el 2015 algo menos de dos mil personas con el estatuto de refugiados han llegado hasta Aragón, pero muchas de estas personas ya no están aquí, han salido por procesos de reagrupación familiar o decisiones personales a otras comunidades y mayoritariamente a otros países europeos. Pensamos que aunque el procedimiento legal es sustancialmente mejorable en Aragón estamos haciendo las cosas razonablemente bien, fuimos la primera comunidad en elaborar un protogolo de acogida e integración que recogía y pautaba todo el procedimiento, la matriculación de los hijos e hijas de los refugiados en nuestros centros escolares, la asistencia sanitaria, el aprendizaje de español, su integración posterior al mundo laboral, etcétera.

También es cierto es muchos aspectos las decisiones a tomar vienen señaladas desde el Gobierno central, en convenio con las entidades gestoras (Cruz Roja, ACCEM, Cepaim, Apip-Acam, Diaconia e Hijas de San Vicente de Paúl) y sería necesario que las propias comunidades y los ayuntamientos gozasen de una más amplia y profunda capacidad de gestión en todo el proceso, primero, de acogida y posteriormente de integración.

Nunca nos gustaron las fronteras que separan y dividen. Vamos a seguir, intentado poner nuestro grano de arena con todos aquellos que apuesten por cambiar los muros y vallas por puentes; con los que estéis dispuestos a tender una mano y el corazón a las gentes que hasta aquí llegan intentando construirse un hogar y un paisaje, sin importarnos el color de la piel, el idioma que hablen o el Dios al que recen, si es que lo hacen.

Hay que salir a la calle y buscar la mirada del otro, huir de los prejuicios, poner nombre a esa diversidad que se cruza con nosotros en la calle, en el trabajo, en la vida. Y entonces deberemos tomar una decisión: o nos atrevemos a intentar construir un futuro mejor, diverso y mestizo o, nos convertimos en cómplices necesarios del virus del racismo que nos devorará a todos para siempre.