La mayoría de las 28 personas de la expedición zaragocista que ayer tomaron el tercer AVE de la jornada en la estación de Delicias con dirección a Madrid a las 17.30, un día después de la masacre sufrida en la capital, tenían una orden familiar: "Llama a casa en cuanto llegues", le dijeron a Cani. Al Niño y a muchos más. Por lo general no hace falta ese recordatorio, pero había motivos suficientes para la preocupación previa: el destino del viaje era Atocha, uno de los tres núcleos elegidos para el amanecer sangriento de los terroristas el pasado jueves. Nada más llegar a la céntrica estación, jugadores, técnicos y directivos cumplieron con el deber de tranquilizar a sus más allegados. Luego tuvieron que sufrir un drama menor pero muy incómodo: por causa de las manifestaciones que se celebraban en la capital, el autobús no pudo recogerles, y recorrieron la ciudad --en un tren de cercanías y enlatados entre la muchedumbre-- durante una hora y media hasta que llegaron al hotel, a las nueve de la noche.

El Real Zaragoza juega hoy en el Bernabéu con el Madrid. Podía haberse trasladado en autobús, pero prefirió el medio de transporte más cómodo, el más rápido, un AVE cuya seguridad no admite dudas. El tren, por deseo expreso de los asesinos, ha quedado temporalmente marcado por la sospecha --en ese viaje hubo una notable baja de pasajeros--, pero los integrantes del equipo aragonés jamás dieron muestras del mínimo nerviosismo. Unos, como Víctor Muñoz, el entrenador, Raúl Longhi, su segundo, y Vicente Merino, consejero, porque la cantidad ingente de kilómetros que llevan recorridos es, según ellos, una especie de bula del destino; otros porque, según el margen de probabilidades, una teoría poco fiable aunque muy humana para regatear los miedos, resulta casi imposible el encadenamiento de dos catástrofes con tan escaso margen de tiempo. El gusanillo del temor, sin embargo, sacó billete en el estómago de Manuel Lapuente, el preparador físico, que definió su inquietud como "un pequeño nudo".

Rutinario

El desplazamiento resultó de lo más rutinario. Visita al bar, partida de cartas, siestas varias, lectura, música... Eso sí, hubo tiempo para la reflexión por la masacre y sus efectos y consecuencias, para el debate de si debería disputarse o no este encuentro, para manifestaciones sinceras de dolor. Lo que más impresionaba a gran parte de la expedición era el momento en que pisaran el andén en Atocha, escenario aún temprano de una matanza indiscriminada. "Yo conozco a una familia que vive a cien metros de la estación y lo vio todo. Están horrorizados", decía Savio, exjugador del Madrid. Movilla, nativo de Leganés, llegó a temer por su madre. "Hace ese trayecto a diario para ir al trabajo, pero se paró el servicio ferroviario ya que el atentado se había producido 20 minutos antes y regresó a casa. Puede vivir de lo que yo gano, pero es muy orgullosa y no quiere depender de mí...". El centrocampista miraba pensativo por la ventanilla. "Cuando ves esos cuerpos destrozados sientes una impotencia enorme, una vulnerabilidad espantosa. Por ti, por tus hijos, por toda esa gente corriente muerta sin más. Por eso hay que vivir, por eso hay que jugar y disfrutar".

César Láinez ponía cara de susto porque su madre y su hermana habían estado en Atocha el pasado jueves. "Te da por pensar si hubiera ocurrido todo esto entonces y se te ponen los pelos de punta. Fueron a visitar a un homeópata y cogieron el AVE. No sé...". El portero era de los partidarios de aplazar el partido. "Mucha gente de la que irá al Bernabéu, de una u otra forma, tendrá relación con alguno de los afectados. Es algo incongruente celebrar un espectáculo con esa tragedia de fondo".

En el momento en que el AVE se posó en Atocha, la estación los recibió sin una cicatriz en la atmósfera. El Real Zaragoza, quizá como primer embajador de alegría tras el reinado de la muerte, fue vitoreado por un sector visiblemente colchonero , del Atlético, animado a que ganara al Madrid en la Liga y en la final de Copa. Hubo petición de autógrafos, fotografías con Savio, saludos para Yordi... Horas antes, en ese mismo lugar ahora tan amable y concurrido, gritaba el horror. A veces, como dice Movilla, hay que disfrutar del corto viaje de esta vida sin respuestas.