La expansión del coronavirus de Wuhan ha cogido a contrapié a medio mundo y en el peor momento para una población, la de vecinos de Aragón originarios de China, que celebran estos días (siete en total) el tradicional Año Nuevo. Se trata de zaragozanos chinos que, en muchos casos, regentan comercios o establecimientos de hostelería en la ciudad y que no son ajenos a las noticias que llegan de su país de origen, con «preocupación» por los suyos, ni tampoco a las miradas de algunos clientes que, por el simple hecho de ser de allí, sienten recelo al poder creer que llegaron anteayer de China. Y no es así.

Estos ciudadanos viven desde años en la capital aragonesa, algunos llevan otros tantos sin viajar a donde nacieron y no tenían pensado ir estos días ni lo han hecho recientemente. Son los daños colaterales de un «virus muy injusto», califican, que les atrapa pese a estar todavía lejos de ellos. «Llevo doce años viviendo en Zaragoza y apenas he ido dos veces a mi pueblo. No está entre los afectados por el virus y mi familia está bien, aunque casi no salen de sus casas por precaución. Es lógico», explica una mujer china que regenta una cafetería en Zaragoza. Ella asegura que «casi nunca» viaja en Año Nuevo a su país pero que conoce «a muchos que sí lo hacen y esta vez no están pudiendo».

Los chinos zaragozanos suelen hablar poco para los medios, menos aún cuando ahora se les mira «como si estuviésemos todos infectados por el hecho de ser de China». Son «millones de personas allí y el virus está localizado en una zona muy alejada de donde vive mi familia», explica otro residente que lleva un comercio en el centro. «Desde la asociación sí estamos notando esa sensación de que la gente parece que se siente intimidada cuando ve a un chino. Y eso no es justo», señalaba ayer Yaxi Ye, propietaria de una inmobiliaria en Zaragoza y miembro de la Asociación de Chinos de Ultramar. «Sobre todo lo están notando los comerciantes de tiendas», señala la joven.

En su caso, sus padres también residen en Zaragoza, pero su abuela y más familiares siguen en China, aunque viven alejados de Wuhan. Aún así, Ye está «en constante» contacto con ellos. «En el epicentro no tenemos conocidos y nadie de la asociación, somos más de la costa este. Aún así, hoy (por ayer) he hablado con mi abuela y en su ciudad les han recomendado que salgan de casa solo para lo básico para evitar cualquier contagio», relata. «Lo normal es que mis padres se hubieran ido allí ahora unas semanas allí con mis abuelos, a celebrar las navidades, pero este año ni se lo han planteado», confiesa. «Somos de una localidad de un millón de habitantes, que allí es un pueblo, y aunque estamos lejos del epicentro también están desinfectando zonas públicas, trenes o supermercados como prevención», cuenta Yaxi Ye.

Desde Shanghái

Lo llamativo es que son los que viven en Zaragoza, muy lejos del coronavirus, los que prefieren no dar su nombre. Otros lo viven de cerca y son aragoneses a quienes la enfermedad les ha cogido en el gigante asiático. Es el caso de Eduardo Vallejo, residente en Shanghái, que convive estos días entre mascarillas y precaución sin límites a 9.988,5 kilómetros de Zaragoza. Explica que gran parte de los comercios y fábricas ya estaban cerrados y «esto está evitando la inquietud entre la población, aunque sí, la mayoría salen a la calle con máscaras».

Él trabaja como pinchadiscos, con el nombre de DJ Tuto, en uno de los mejores clubes de la ciudad y ha notado que en la zona de ocio donde se mueve algunos locales han decidido suspender la programación por precaución, pero no existen órdenes oficiales.

«No conozco a ningún afectado de forma directa», indica. Al conocer «la noticia de primera mano» vive con más «tranquilidad» las informaciones que recibe. «Hay más preocupación fuera de China que dentro», asegura. Lo sabe por algunos de sus amigos en Aragón y aclara que el virus no es letal en condiciones normales. De hecho, ha provocado que «proliferen los memes y los chistes entre los vecinos de la ciudad». «Unos amigos abandonaron ayer el país y en el aeropuerto no encontraron más controles que los habituales, ni siquiera les tomaron la temperatura», asegura.