La costumbre hace que por estas fechas nos preguntemos cómo será el próximo año. La pregunta es inocente si no tiene pretensiones de adivinación. En un mundo cambiante como el nuestro, la adivinación ya no puede ser una ciencia, como venía a serlo, por ejemplo, para los augures romanos, que basaban sus pronósticos en el vuelo o el canto de los pájaros. Y Aristóteles ya advertía de la dificultad de hablar del futuro, aunque fuera un futuro tan cercano como el expresado por un vaticinio como "mañana habrá una batalla naval". Los más sabios quizá son los que hoy echan los dados: ellos saben y reconocen que lo que podamos decir del futuro depende, en realidad, del azar.Me parece, pues, que la mejor forma de hablar con sentido del futuro consiste en tener a la vez memoria e imaginación: se trata de escudriñar el horizonte social que nos rodea, por si podemos detectar indicios, señales, pistas para orientarnos. Ésta es, si no me equivoco, la única actitud responsable ante el futuro, porque es la actitud de la lucidez.Planteadas así las cosas, lo primero que debemos reconocer es que estamos en un mundo cada día más mezclado, con muchas luces y muchas sombras, que no puede ser descrito con un solo color o en una sola dirección, porque no hay colores ni direcciones absolutamente dominantes y definitivos. Habrá que saber matizar, pues. Porque el cielo no está muy claro ni muy nuboso. Por eso me limitaré a señalar algunos elementos contrapuestos que configuran nuestra vida social.ENTRE LA GLOBALIDAD Y EL EGOÍSMOGlobalización es quizá la palabra más mágica de nuestra sociedad. En su nombre se planifican, justifican y hacen guerras y se firman acuerdos. Bajo el manto de la globablización se cobijan también las nuevas ideologías internacionalistas que el comunismo ya no puede amparar: porque los globalizadores son los defensores más firmes del cosmopolitismo, el mestizaje y el derribo de cualquier frontera o límite entre lenguas, culturas, etnias, países y continentes. No obstante, observamos que, justo en este mundo globalizado --de hecho o en el deseo-- crecen más y más los enfrentamientos étnicos, las rivalidades religiosas y las desigualdades sociales y económicas. Algunos creen que esto se debe precisamente a una globalización todavía insuficiente. Aunque otros opinan que debe atribuirse al tipo de globalización que se ha puesto en marcha, que busca sobre todo el provecho económico y la supremacía cultural y política de los nuevos colonizadores. ¿Es, pues, la globalización la bandera de una nueva hermandad universal o es más bien un instrumento que lleva al desarraigo y al desequilibrio sociales?Ésta es la paradoja que todavía deberemos vivir durante mucho tiempo: la de un mundo cada vez más pequeño en el que las desigualdades pueden crecer sin fin, un mundo que tiene mejores condiciones objetivas para el entendimiento y la paz, pero que puede hacer crecer la violencia y la crispación. Para el año 2005 no se prevén cambios significativos en las políticas económicas o de ayuda al Tercer Mundo. De hecho, España está aún muy lejos de destinar el 0,7% del PIB a acciones de desarrollo, a pesar de que ésta es una reivindicación --simbólica y modesta-- que empezó en la ONU hace ya 20 años. El 2005, pues, parece que va a empezar decantándose por la globalización que favorece el egoísmo. Pero también subirán de tono las protestas de quienes creen que otra globalización es posible.ENTRE LA SEGURIDAD Y EL MIEDOEs evidente que del caos social no puede esperarse nada bueno y que la seguridad es un bien que debe protegerse y garantizarse. Sin embargo, desde el 11 de septiembre del 2001 la seguridad se ha convertido en una obsesión social. Frente a ella se acaba sacrificando cualquier otro principio. Esto ocurre incluso en países con larga y demostrada tradición democrática. En nombre de la seguridad se recortan libertades conquistadas y reconocidas tras largas y costosas luchas. Observamos, pues, que paulatinamente la seguridad ha perdido su carácter instrumental y se ha ido convirtiendo en un bien en sí misma. Esto significa que la obsesión por la seguridad ya no es la respuesta contra el miedo, ya no lo elimina, sino que lo justifica: cuantas más medidas se toman, más miedo hay, más medidas se desean y más inseguro se está.

De hecho, la mera implantación de nuevas medidas de seguridad no bastante justificadas en ciertos lugares y días, para vigilar determinados grupos, provoca desconfianza y sospecha contra los grupos o los lugares vigilados.

Por este camino, el miedo no se elimina, sino que se alimenta. Y esto lleva a la crispación y la rabia. Es un hecho que las sociedades más vigiladas no son las más pacíficas, sino a menudo las más violentas. Para el año 2005 se prevén incrementos substanciales en los presupuestos policiales y de defensa en todos los países desarrollados.

La propia Constitución europea es armamentista y militarista: reclama de forma expresa a los estados miembros que hagan un esfuerzo económico importante para poner al día y ampliar sus recursos armamentísticos. El 2005, pues, alimentará la obsesión por la seguridad y hará mayor el círculo vicioso del miedo y la rabia.

ENTRE EL MARKETING Y LA CULTURA Todos llevamos un tiempo diciendo que la nuestra es "la sociedad de la información y la comunicación". Algunos incluso se atreven a decir que es la sociedad del conocimiento. Estaría bien que lo fuera. En cualquier caso, es cierto que los líderes políticos y sociales subrayan la importancia de la educación para la sociedad del futuro.

Con la Revolución Industrial fueron importantes las materias primas y los medios para su elaboración y transformación en productos acabados. En plena revolución tecnológica sabemos que lo más decisivo es aportar conocimientos para el diseño, la construcción y realización de nuevos productos, de nuevos bienes y servicios.

Pero observamos que los deseos de innovación, la prisa por ocupar mercados, la competitividad como valor sustantivo están acelerando los procesos de enseñanza y de investigación que, en cambio, deberían ser lentos, madurados, reposados. Es cierto, pues, que se valora la cultura, pero a menudo se trata de la cultura que tiene salida , la que ayuda a encontrar puestos de trabajo, la de la investigación aplicada. Es entonces fácil que la reflexión crítica se vea como una rémora inútil. Y es que muchos creen que, dentro de poco, deberán ser la ciencia y la tecnología las que nos indiquen las decisiones éticas y sociales que deberemos tomar. Es la extraña paradoja que afirma que la ciencia y la tecnología son ideológicamente neutrales y que a la vez sostiene que de ellas cabe esperar directrices sociales y morales.

Para el año 2005 se prevé un mayor éxito para las empresas, las escuelas y las asesorías de márketing. Porque el márketing cultural va ganando terreno, en una doble acepción: la del márketing como cultura y la de la cultura como márketing. Mientras, la reflexión y la experimentación desinteresadas --a menudo confundidas erróneamente con las humanidades-- van perdiendo terreno y prestigio.

MAS FRICCIONES, NO MENOS Hasta aquí he insinuado sólo tres contraposiciones que, previsiblemente, se irán desarrollando en el futuro. Existen otras, claro está, pero éstas resultan particularmente interesantes y reveladoras del tiempo que estamos viviendo. No deberíamos temer la fricción de distintos planteamientos: ellos generan energías e impulsos que dan tensión y calidad a la vida colectiva. Más bien deberíamos temer la falta de fricción, la falta de vigor social: hoy la globalización, la seguridad y el márketing son demasiado potentes; sus contrapesos, demasiado débiles. Ojalá el 2005 cree más fricciones, no menos. El grado de contraste social nos dará el tono de los días y los meses que se acercan. Y de esto dependerá en gran medida nuestro futuro como gente civilizada.