En el debate de la comunidad se ha escrito el capítulo final de una legislatura convulsa que tendrá su epílogo en la larga precampaña electoral tras el verano. Han sido tres años de austeridades múltiples e ingenios mínimos, tanto del Gobierno como de la oposición, y así se evidenció ayer en las Cortes. Sin dinero para defender los avances de antaño y con gran desorientación política ante el creciente descontento ciudadano, el Ejecutivo se ha dedicado a gestionar la escasez y a racionar los riesgos. Afortunadamente, la crisis no ha derribado el modelo de bienestar social, como denuncia la oposición, pero lo ha erosionado. Que Rudi esté obligada a defender lo contrario no quiere decir que no sea consciente. Por eso, ha llegado el momento la audacia. Del mismo modo que ha estimulado el debate con medidas de necesaria regeneración política, tiene que hacer propósito de enmienda con los ciudadanos más desfavorecidos. Invocar el final de la crisis es un ejercicio vacío. Siguen pintando bastos y la líder del PP, como todos los políticos en general, deben bajar a la calle, dejar de leer los fríos números y rozarse con las personas que las pasan canutas. Es lo que se espera de los gobernantes, abocados a tomar decisiones incómodas, tantas veces incomprendidas.