Tras trabajar toda su vida en la construcción, Antonio Casanova Sanesteban, de 69 años, tiene que vivir, «a trancas y barrancas», con una pensión de 657 euros. «Los gastos fijos se me comen», confiesa. «Se me va una gran parte de la pensión en el gas, la luz y la comunidad», explica. «Siempre he cobrado una cantidad baja, desde que me jubilé», continúa. «El año pasado subieron las pensiónes, por primera vez en mucho tiempo, pero muy poca cantidad», añade.

Para llegar a fin de mes lo que tiene que hacer, dice, es «renunciar a muchas cosas», entre ellas los viajes. Afortunadamente, tiene un piso propio en el que vive solo desde que fallecieron sus padres. Pero se echa a temblar cada vez que se rompe algo o sufren alguna avería los electrodomésticos. «Si hay que reparar algo, como cobro tan poco, me quedo sin un euro y aún tengo que exprimir más el dinero para poder seguir adelante», manifiesta.

Y eso que desde hace seis años vive solo, sin otros gastos que los corrientes de cada día. Para él es indignante que, tras una dura vida trabajo en la construcción, expuesto a accidentes laborales y a la dureza del tiempo en invierno y verano, ni siquiera obtenga unos ingresos que le permitan llevar una vida más o menos segura. No se habitúa a estar siempre con miedo a que un gasto imprevisto eche por tierra todos sus esfuerzos para ahorrar. «Las pensiones han de permitir que quien las reciba tenga sus necesidades básicas cubiertas», subraya.