La ludopatía no entiende de edades ni de tipos de juego. La asociación Azajer de Zaragoza está recibiendo en los últimos tiempos llamadas de padres de adolescentes de entre 12 y 13 años preocupados por la aparente adicción de sus hijos al popular videojuego Fortnite, un entretenimiento online que tiene millones de seguidores en todo el mundo. Los padres, según explicaba la secretaria de Azajer, Miriam Gañán, llaman a la asociación preocupados sobre todo por lo absorbente del videojuego para los menores, aunque el juego también da la posibilidad de hacer compras con dinero real -de personajes o vestuarios, por ejemplo-, de forma que también podría haber, en su caso, pérdida económica para los afectados.

Esta, sin embargo, se da sobre todo, en casos patológicos, en las apuestas deportivas. Un gran porcentaje de los casos que llegan a la asociación, de jóvenes de entre 17 y 25 años, corresponden a este tipo de azar. Las apuestas están teóricamente vedadas a menores de edad, pero en internet no es nada difícil hacerse pasar por un adulto, de forma que las adicciones y sus graves consecuencias económicas y sociales comienzan ya en la adolescencia, y cada vez más pronto.

Azajer no está particularmente a favor de la proliferación de sedes físicas del juego, pues a juicio de la asociación contribuyen a normalizar un tipo de ocio poco sano, pero el mayor problema en cuanto a adicciones lo detectan más bien en las apuestas deportivas que suelen realizarse por internet.

Lo que no está notando Azajer es que esté proliferando un perfil de joven de clase social baja o con pocos recursos económicos que podría asociarse con la renta de los barrios donde más locales están abriendo. Las asociaciones vecinales de barrios como San José, Las Fuentes o el Actur sí han contactado con la asociación para hacer ver su malestar por la excesiva presencia, a su juicio, de estos locales, pero el perfil más habitual, indicaba Gañán, es más bien contrario.

De hecho, señalaba, los jóvenes a los que están tratando últimamente son más bien de clase media-alta, que ocultan su condición de ludópatas hasta que el asunto estalla económicamente en la familia. Esta suele hacerse cargo de pagar las deudas que ha contraído el joven antes de llevarle a la asociación para tratarle.