Habrá cambio de inquilino allá por el mes de diciembre en la Moncloa. El presidente del Gobierno anunció ayer oficialmente la disolución de las Cortes y despejó el camino que llevará, desde hoy y hasta el 20 de noviembre, a las urnas. Unas urnas de las que saldrá elegido su sucesor al frente del Ejecutivo.

Inevitablemente, a José Luis Rodríguez Zapatero le acompañará la frustración de haber tenido que abandonar sus ansias de colocar a España en la vanguardia de las políticas sociales por culpa de una descarnada crisis a la que, todo hay que decirlo, tardó demasiado en mirar a la cara y llamar por su nombre. «Pero hay que reconocer que en los últimos años se ha sacrificado a sí mismo y a su imagen con tal de no ver el país intervenido», puntualiza alguno de sus colaboradores.

Los que han trabajado con él durante los últimos años auguran que el tiempo curará las heridas que el tijeretazo de mayo de 2010 -bajada de sueldos para funcionarios y congelación de pensiones incluidas- causó en el electorado y las filas socialistas y permitirá aflorar el legado que Zapatero deja a los españoles: la retirada de las tropas de Irak, el nacimiento de ley de dependencia y del matrimonio homosexual; la aprobación de ley de la memoria histórica y la de víctimas del terrorismo; la reforma de la ley del aborto o la subida del salario mínimo y las pensiones mientras creyó que era posible. Más de 140 leyes y decretos, aunque se hayan quedado en el tintero proyectos como el de la muerte digna.

BASES TRAICIONADAS / Pero lo urgente para la dirección del PSOE no es comprobar si Zapatero tenga su lugar en la historia, sino intentar que su divorcio de las bases del partido, que se sienten traicionadas, no coloque a Alfredo Pérez Rubalcaba en una situación imposible: la encuesta publicada ayer en este diario apunta a que el PSOE podría bajar en las generales de noviembre de los 125 escaños, su peor resultado desde 1979.

El mismo sondeo señala que hay otro político, además de Zapatero, que está obligado a pensar en hacer maletas y organizar un traslado una vez que se ha echado el telón de la legislatura. Las estimaciones de voto hacen pensar que solo un sorprendente vuelco podría impedir que, en su tercer intento, Mariano Rajoy llegue a la Moncloa. Y parece que lo hará con amplia mayoría absoluta, la convicción de que tendrá que realizar «reformas» y la certeza de que sus medidas, que empieza a enumerar pero no a detallar, le valdrán una enorme contestación social.

De hecho, si finalmente es elegido presidente del Gobierno, Rajoy tendrá que simultanear la mudanza a su nuevo hogar con la adopción de varias decisiones calientes antes de que termine el 2011, como la que concierne al futuro de las plazas y sueldos de los trabajadores públicos, además de las pensiones.

Mariano Rajoy hubiera preferido que ese entuerto se lo hubiera dejado resuelto Zapatero con un decreto sobre la prórroga de los presupuestos, pero el todavía jefe del Ejecutivo no está por la labor de hacer tal favor al jefe de la oposición. Otra cosa será que la coyuntura económica obligue al presidente a adoptar medidas antes del 20-N. Al fin y al cabo y aunque todo huela a despedida, estará al mando con todas sus competencias hasta el día de las elecciones -sin olvidarse de la agenda internacional- y, luego, en funciones hasta el próximo mes de diciembre.

Mientras Zapatero ejerce, Rajoy y Rubalcaba se dedicarán los próximos días a hacer méritos. Ambos candidatos aseguran que se centrarán en las propuestas y evitarán el cruce de acusaciones. O sea, que han prometido lo mismo que todos los aspirantes antes de iniciar la campaña y está por ver si son los primeros en cumplir. Con independencia de quien sea el elegido por los españoles, el próximo presidente tendrá que seguir luchando contra los mercados y lidiando con los envites de unas comunidades y unos ayuntamientos que se declaran prácticamente en ruina.

Además, el sucesor de Zapatero se encontrará con una Euskadi donde la izquierda aberzale toma fuerza y se atisba el fin de ETA y un presidente de Cataluña que se dispone a exigir la autonomía financiera. El siguiente presidente tendrá tarea.