Otras siete personas fallecieron ayer en distintos hospitales de Madrid a consecuencia de los atentados. La última víctima, que eleva el número a 199, es Patricia, una niña de 7 meses que fue encontrada en uno de los andenes de la estación de El Pozo, y que se debatía entre la vida y la muerte desde su ingreso en el Hospital Niño Jesús.

El padre de la niña está desaparecido y la madre, operada y muy grave. La tía de la niña, de nacionalidad polaca, declaró antes de conocer la muerte del bebé: "No puede ser que pasen estas cosas. No somos españoles y nos sentimos como españoles". No tiene más familia en España.

El número de ingresados en los hospitales descendió ayer de 500 a 279. Un total de 214 fueron dados de alta. Los siete restantes son los fallecidos. La mayoría de los ingresados experimentaron una mejoría. El número de enfermos graves bajó de 140 a 38, y el de personas en estado crítico, de 38 a 18. Quemaduras, fracturas, amputaciones, traumatismos craneales, torácicos y oculares son las lesiones más frecuentes.

"Ya casi todos están despiertos y cuidados. Han comenzado a recuperarse y a afrontar este nuevo proceso", comentó Sergio Moreno, enfermero del Gregorio Marañón, donde fueron dadas de alta en las últimas 24 horas un total de 155 personas.

LESIONES DE METRALLA Entre los heridos más graves figuran dos mujeres embarazadas con lesiones de metralla muy severas. También se encuentra entre los pacientes ingresados en la UCI otra mujer --de unos 35 años, 1,60 de estatura y 55 kilos-- que, según el director del centro hospitalario, José Antonio Sierra, aún no ha sido identificada.

"Algunos padecen politraumatismos y destrozos multiorgánicos que hacen muy difícil su supervivencia", subrayó el traumatólogo Carlos Vidal. "Esto recuerda a una situación de guerra", apostilló Ramón Fortuny, cirujano cardiovascular barcelonés, que lleva 25 años en el Gregorio Marañón. Trece pacientes permanecían anoche en la UCI del 12 de Octubre asistidos con ventilación mecánica. Allí siguen ingresados otros 60 pacientes, aunque no se teme por su vida. La mayoría de los atendidos se sitúan entre los 20 y los 30 años y hay muchos inmigrantes.

Entre los familiares que esperaban noticias en el centro figuraba Lorenzo, un rumano de 31 años que buscaba cómo decirle a su hijo Christian que su madre iba en el tren que vio en televisión.