En el taller de la asociación de amigos del belén de Zaragoza suena la veraniega Acalorado, de Los Diablos. La actividad es frenética, pues en pocas horas se tienen que emplear a fondo en el montaje de las casas, puentes y ríos que han preparado durante el año. El día 6 lleva tiempo marcado de rojo en el calendario. Por el momento, todos se ponen sus batas blancas y con los pinceles le dan los últimos retoques a las piezas.

En la mañana del viernes trasladarán las figuras, casas, montañas de corcho y nubes de guata a los tres espacios en los que van a montar sus belenes para La Caixa. Uno de ellos será de estilo tradicional, el otro, de estilo napolitano. Y el último con imágenes inspiradas en los grabados baturros del siglo XIX. Entre el desplazamiento y los montajes unos veinte voluntarios estarán enfrascados todo el día en disfrutar de una tradición que han vivido desde niños.

«Lo mío siempre han sido las figuras de cacharrería», narra el portavoz de la agrupación, Andrés Giménez. Las más tradicionales. En todas las casa hay algunas, generalmente envueltas en viejas telas. Con sus piezas rotas, sus zonas desportilladas. Casi lo contrario a lo que se puede encontrar en la asociación, con un local enorme en pleno barrio de Torrero. Se instalaron hace unos diez años y ya se han quedado sin espacio, según dicen. En sus estanterías piezas de gran valor que proceden de fabricantes artesanos clásicos como Tula, Ursuguía o Mayo.

En un rincón, a salvo de los paquetes cubiertos de plástico de burbujas y las palmeras atadas con gomas que anticipan el traslado, media docena de voluntarios cubre de musgo un pesebre de corcho natural, según precisan. Del alcornocal de Sestrica, para ser más exactos. La cueva se donará al servicio de bomberos de la ciudad.

Panel de herramientas

Sobre el panel de herramientas, propio de un taller de restauración figura un lema: Si quieres que te cunda el trabajo, primero limpia el tajo. Casi todos respetan el consejo y en pequeños cajoncitos acumulan todo tipo de objetos en miniatura: cestas de mimbre, vasijas, huertos de coles.

María Pilar Carrillo es una de las últimas aficionadas que se ha sumado a la asociación. Aficionada a las artes, acude muchas tardes a colaborar con la construcción de las piezas. Una labor que lleva realizando desde hace más de 25 años Luis Alberto Pelegrín, Pele, según le llaman, que disfruta como un niño entre figuras, cables y estrellas. «La gente solo se acuerda de los belenes durante la Navidad, pero es necesario trabajar durante todo el año», explica.

Las casas que se inspiran en la tradición aragonesa se han trabajado al detalle. Las piezas de poliespán de lijan, se recortan, se graban y se pintan hasta que se convierten en casonas. O en un castillo de Peracense desde el que bien puede controlar el censo de Judea el rey Herodes.

Una de las partes más interesantes del local belenistas es la zona en la que acumulan los dioramas, unas maquetas en las que representan episodios bíblicos. Tienen casi un centenar, todos ellos de buen tamaño. Al mirar por su pequeñas ventanas el espectador se introduce en pasajes como la matanza de los inocentes. Que es algo navideño, aunque no lo parezca. O descubre a la María y José pasando con un mulo frente a las ruinas de Petra, una escena que repitió poco después Indiana Jones en compañía de su padre. «Todos requieren un trabajo meticuloso que lleva mucho tiempo», explica Giménez. Los estilos son variados, igual que los climas que representan: nieves, desiertos, tormentas.

El ejercicio del belenismo no está exento de riesgos. Bien lo saben los que instalan su pesebre posmoderno en la plaza de San Jaume de Barcelona. En la asociación no desmerecen el atrevimiento, pero creen que se aleja mucho de lo que debería se un buen nacimiento. «Es vanguardista, no se puede negar, pero no es un buen belén, solo funciona como un motivo navideño», alega Pele.

Además de los tres belenes amparados por La Caixa, la agrupación colabora en el detallado nacimiento que se instala en la basílica del Pilar. Una pequeña muestra de artesanía y amor al detalle que contrasta con el gigantismo (no muy bien valorado) del exterior.