Tras cuatro años de agria confrontación entre el PP y el resto de los partidos, ayer reinó en el Congreso un nuevo clima de diálogo y colaboración. En su discurso de investidura, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero enterró la era de la crispación y, en el debate de la tarde, hizo un anuncio muy esperado en Aragón: derogará, mediante un decreto, el trasvase del Ebro. Zapatero tendió la mano a todas las fuerzas parlamentarias --también al PP-- para hacer frente a los principales desafíos que afronta España: la profundización del autogobierno, la lucha contra todas las expresiones del terrorismo y la reorientación de la política exterior. Tras constatar sus profundas diferencias, el candidato del PSOE --que hoy será investido presidente con el apoyo de al menos 178 diputados-- y el popular Mariano Rajoy cerraron su debate cara a cara con recíprocas ofertas de lealtad y cooperación.

Rodríguez Zapatero no reparó en los proyectos específicos para Aragón --sí expresó su apoyo a la Expo 2008 por la tarde, después de olvidarlo en su discurso matinal-- aunque se espera que lo haga hoy, en respuesta al diputado de Chunta Aragonesista, José Antonio Labordeta. Incluso, al hablar de política hidráulica no mencionó a la comunidad aragonesa y sí habló del Levante. Pero en la réplica a Rajoy fue claro: "Derogaré por decreto el trasvase del Ebro". Mencionó de forma más ambigua otros proyectos hidráulicos para acabar con el déficit de la cuenca del Segura y aseguró que dialogará con todas las comunidades.

"Diálogo". Esa fue la palabra más escuchada ayer en la Cámara. Zapatero no se cansó de pronunciarla, y también los portavoces de la oposición la esgrimieron con denuedo para trasladarle sus particulares demandas o inquietudes. Nada que ver con los debates de la pasada legislatura ni con la anterior sesión de investidura, protagonizada hace cuatro años por José María Aznar.

Callado y casi ausente, sin aplaudir siquiera al propio Mariano Rajoy, el aún presidente en funciones apuraba ayer sus últimas horas en el banco azul del hemiciclo. No se inmutó ni cuando Rodríguez Zapatero anunció que será nombrado por ley, como todos los expresidentes del Gobierno, vocal nato del Consejo de Estado.

En siete bloques dividió Zapatero su programa de investidura: regeneración democrática, lucha antiterrorista, política exterior, economía y empleo, protección social, derechos civiles y cultura. Para regenerar la democracia, el próximo presidente ofreció a todas las fuerzas parlamentarias, con especial mención a Rajoy, un "consenso básico para afrontar una reforma concreta y limitada" de la Constitución, ceñida a cuatro puntos: la transformación del Senado en una verdadera cámara territorial; la inclusión en el texto del nombre de las 17 autonomías; el fin de la discriminación de la mujer en la sucesión de la Corona; y la alusión a la futura Constitución europea. Como paso previo, el nuevo Gobierno solicitará al Consejo de Estado un informe sobre esta reforma.

Reconociendo la "pluralidad constitutiva" de España, Zapatero adelantó que el Ejecutivo socialista apoyará las reformas de los estatutos, pero sólo si cumplen dos requisitos: respetar la Constitución, "tanto en su procedimiento como en su contenido", y concitar "el más amplio consenso político y social". La revitalización del Congreso con un nuevo reglamento, la reforma de los medios de comunicación públicos y el apoyo a los ayuntamientos completaron su programa de regeneración democrática.

La "lucha sin cuartel" contra el terrorismo centró también el discurso de Zapatero, iniciado con un recuerdo para las víctimas de los atentados del 11-M. Adquirió en este terreno varios compromisos: reforzar la lucha policial con más medios y un mando único; colaborar con el Gobierno vasco y la Generalitat; una mayor cooperación internacional; mejorar la seguridad sin recortar libertades; y prevenir la xenofobia. Aclaró Zapatero que, aunque el pacto anti-ETA suscrito por PP y PSOE "sigue vigente", hay que "ir más allá y ampliar su base".

La revocación de las reformas educativa del PP y un rigor presupuestario compatible con el aumento del gasto social fueron otros de los casi 40 compromisos que Zapatero asumió ayer en el Congreso, y que serán la guía de su mandato.

No quiso el candidato a la Presidencia ajustar cuentas con el PP, relegado a la oposición, sino llamarle al consenso. Muchas fueron las invitaciones al diálogo que dirigió a Rajoy, quien aceptó sus ofertas y le prometió lealtad, aunque advirtió de que "el buen talante no basta".

Para justificar su rechazo a la investidura de Zapatero, el portavoz conservador auguró que presidirá un Gobierno "débil e inestable", pues deberá recabar apoyos para cada ley. Aunque se ofreció a respaldarle frente al terrorismo --"mejor con nosotros que con otros", dijo en alusión a ERC e IU--, Rajoy asaeteó a preguntas a Zapatero a cuenta de las contradicciones entre los programas del PSOE y los de las minorías que le apoyarán. Interrogatorio que el líder socialista se esforzó en rehuir.

Guiños a ERC e IU

Al líder socialista incluso le costó solemnizar en la tribuna su promesa de retirar las tropas de Irak el 30 de junio si la ONU aún no ha tomado las riendas del país. Primero se limitó a decir que su postura "es conocida"; luego, en respuesta a Rajoy, que cumplirá su palabra y "sacará a España de esta guerra injusta". La concreción se la reservó para la réplica a Gaspar Llamazares (IU), que sólo reclamaba este gesto a cambio del apoyo de los cinco diputados de Izquierda Verde a su investidura.

Algo parecido hizo con Joan Puigcercós (ERC), quien confirmó que hoy votará a favor del aspirante socialista. Lo hará a cambio de un solo compromiso: que el Gobierno "trabajará" para que el catalán obtenga el "reconocimiento" de la Constitución europea. De fracasar, Zapatero garantizó que el Ejecutivo sufragará una edición catalana de la norma.

En el frente abstencionista, Josep Antoni Duran se ofreció a colaborar con Zapatero siempre que éste se gane la confianza de CiU, por lo que ambos acordaron "poner el contador a cero" y abrir el diálogo. Aunque cordial, la intervención de Josu Erkoreka (PNV) fue más escéptica.