Los socialistas han querido sacar músculo en cuanto a implantación territorial, la mayor de Aragón seguida de cerca por el PP, con un despliegue de actos por todo el territorio. Para ello han constituído en realidad dos equipos bastante separados, con puntuales conexiones: los candidatos que realmente se la juegan este domingo, los del Congreso y el Senado, y los autonómicos. Una estrategia que les ha conferido más capacidad de presencia diaria en el territorio.

El plan ha ido siguiendo la directriz marcada tanto desde Ferraz como desde Conde Aranda, de considerar estos comicios y los autonómicos y municipales del 26-M como una macrocampaña. La separación de equipos puede dar cierta imagen de desunión a cambio de esa ubicuidad, pero al votante socialista convencido no le importará, y el indeciso probablemente no escoja su papeleta por estas minucias.

La campaña del cara a cara, muy tradicional, ha dejado algo más cojas, que no abandonadas, las redes sociales y otros escaparates por los que han optado más otras formaciones, probablemente para paliar la falta de infraestructura.

En cuanto a los mensajes, obviamente han jugado la baza de los diez meses de gobierno y las iniciativas que la falta de escaños les han impedido llevar a cabo, con particular incidencia en los derechos sociales, aunque sin descuidar los datos económicos y de empleo y los planes contra la despoblación. Han tenido que invertir tiempo en desmentir la percepción, instada desde la oposición, de que son rehenes de los independentistas y los filoterroristas. Las urnas dirán mañana si han sabido vender su mensaje.