Iker no fue Casillas. Ni siquiera fue Iker. Nada queda de aquel portero con ángel que detuvo una ocasión de gol clarísima a Robben en la final de Johannesburgo. Ayer, en cambio, iba desesperado, de punta a punta de la portería, incapaz de gobernar lo que ha sido su casa en el cuarto Mundial que juega. No fue Iker, no fue Casillas, no fue nada de lo que fue. ¿Y qué hacer ahora con él? ¿Lo quita Del Bosque el miércoles ante Chile? ¿A quién pone? ¿A Reina? ¿A De Gea?

Durante 15 años --ya fue campeón del mundo juvenil en Nigeria-- nadie miraba hacia atrás. La portería de España estaba bien protegida. El guardián era un tipo fiable. Donde no llegaban sus increíbles reflejos en un cuerpo elástico --el penalti parado a Cardozo en el Mundial de Sudáfrica, los penaltis de Italia en la Eurocopa y el pie mágico ante Robben-- emergía el encanto de un portero tocado por una varita mágica. Pero llegó Mourinho al Madrid y se acabó llevando ese encanto. Las lágrimas de Lisboa, tras un grave error en el gol de Godín, anunciaban tiempos de caos para Casillas, guardameta suplente del Madrid en la Liga.

Pero ni siquiera él, salvado por aquel providencial cabezazo de Ramos en el tiempo añadido, podría imaginar que el partido más negro de su carrera estaba por llegar. Y llegó ayer, no solo por los cinco goles holandeses encajados --en tres tuvo responsabilidad más que directa-- sino porque se autodestruyó como portero a ojos del mundo. Nada será igual para Casillas desde esa tarde de Salvador de Bahía en la que empezó siendo Casillas, excelente su mano derecha y, sobre todo, fuerte para repeler el envenenado y cercano disparo de Sneijder, y terminó tapándose la cara después de cada tanto de Holanda. Y fueron cinco. Una manita que perseguirá a Casillas siempre. "Tras el partido he hablado con Iker en la caseta y han sido unos minutos de conniven-