«La CHE lo ha hecho bien, pero el problema es que si no hay mantenimiento, los arreglos no sirven de nada», explicaba el alcalde de Novillas, José Ayesa, en el aliviadero del Ebro que el organismo de cuenca arregló tras las riadas del 2015. La grava ciega ya gran parte del tramo reabierto para encauzar futuras crecidas, y algunos arbustos enraizan entre las piedras. «Esto crece y aquí se engancha todo lo que arrastra el río, y estamos en lo de siempre», lamentaba, tironeando de una de las ramas. «No hay mantenimiento, y si pensamos más en pagar daños que en prevenirlos, mal vamos», sintetizaba.

La CHE considera que sería hora de dejar de hablar de limpiar, ya que el río «no está sucio», dejando aparte los macrófitos -algas, que no son tales- propios de la falta de caudal. Pero los ediles de la ribera alta siguen queriendo despejar el cauce.

Actuar, la confederación actúa: recientemente informaba de las 259 intervenciones para limpiar y despejar cauces, con 1.083.000 euros de inversión, en el primer semestre de este año. Varias de ellas en el eje del Ebro.

Pero los alcaldes parecen coincidir en que se podría hacer más. Otra cosa es que ellos puedan. «Es verdad que podemos pedir hacer obras, pero para nosotros es inasumible», explicaba Luis Moncín, el alcalde de Pradilla. Las obras allí, tras la amenaza de desalojo del 2015, permitieron rebajar un metro de altura gran parte de la ribera a su paso por la localidad y despejar varios de los ojos del puente. «Pero ya que estaban, qué les costaba quitar esos árboles», opinaba, mirando una isleta aguas abajo.

El edil mostraba una de las zonas que a su juicio mejor muestran el contraste entre lo que ellos querrían y lo que la protección ambiental propicia. Sobre un camino que actúa como mota, a un lado, una chopera, ordenada, «que deja pasar el agua y a la que se puede sacar rendimiento cada varios años, al talarla». Al otro la orilla, un enmarañado bosque de ribera en el que «se engancha todo», decía, señalando varios troncos y árboles muertos. «Ni siquiera puede venir el ganado a comer arbustos», lamentaba.

Miguel Ángel Sanjuán, en Boquiñeni, recordaba cómo el desalojo preventivo del 2015 cambió la mentalidad del pueblo. «Soy de los pocos que cree que quitar grava no sirve, porque no hay dinero para mantenerlo. Aquí hemos derribado motas para que se inunden campos, porque tengo muy claro que la prioridad son la gente y las casas. Aunque algún agricultor me quiera tirar al río», bromeaba el edil.