El CIS acaba de sacar su última encuesta de intención de voto con un resultado contrario al de las más recientes estadísticas, que daban victorioso a Ciudadanos. En la encuesta oficial, el partido de Albert Rivera queda en tercera posición, a seis puntos del Partido Popular, que vuelve a ganar, si bien con un raquítico 26% y seguido de cerca por el Partido Socialista.

Quedan dos largos años para las próximas elecciones generales --todo un mundo, en política--, y es prematuro aventurar un pronóstico. Conviene, desde luego, ir examinando estas consultas periódicas, que nos informan y perfilan las tendencias de la actualidad, aunque a veces su orientación sea errónea.

Imagino que Mariano Rajoy, al conocer los números del CIS, habrá respirado tras los malos momentos sufridos por el revolcón electoral en Cataluña. Los suyos se aferrarán a la encuesta para demostrar que el ascenso de C’s era sólo un globo, un bluf, siendo ellos quienes siguen cortando el bacalao en el centro-derecha. La encuesta no los libra de la dependencia de Ciudadanos, pero asegura su hegemonía en el proceso de formación de un futuro gobierno en alianza, algo que igualmente comienza a dibujarse en el espejo de la izquierda, con un Pedro Sánchez más consolidado y sin haber tenido que pagar aparentes peajes en la aduana catalana, donde Miquel Iceta le viene haciendo de eficaz guardavías. Como cuarta fuerza aparece Podemos, con un Pablo Iglesias desdibujado y bastante más apático que en meses, en circunstancias, en episodios anteriores.

La encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas advierte asimismo que los políticos siguen siendo un problema grave para el conjunto de los españoles, según ha manifestado una tercera parte de los consultados, en una crítica que se ha convertido en tendencia.

Alta y muy alarmante proporción de rechazo hacia una clase dirigente que debería obtener mejores calificaciones y otra consideración por parte de ciudadanos y electores. La corrupción sigue pesando mucho en las malas notas de los políticos, en su suspenso general, así como la tradicional endogamia de nombres y cargos, la ausencia de líderes carismáticos y de programas ambiciosos y realistas, capaces de transformar verdaderamente la sociedad.

El CIS deja claro que el poder en España ha dejado de ser cosa de dos, para abrir el juego a las dobles parejas.