El 8 de octubre del año 2000 José Atarés tomó una decisión importante. Era alcalde de Zaragoza y presidente provincial del PP. Llamó por teléfono a su secretario general, Luis María Beamonte, y le comunicó que iba a bajar a la puerta de la casa consistorial. La noche anterior, reunido con sus más cercanos, en su despacho, discutió qué hacer. Y optó por acudir a la concentración. En la plaza del Pilar 400.000 personas protestaban contra el trasvase. Fue una de las mayores manifestaciones que se recuerdan en la ciudad. Tuvo que oírse de todo. La oposición ciudadana al Plan Hidrológico Nacional había puesto contra las cuerdas al PP en la comunidad.

Hay quien vio en ese gesto una provocación. Los que lo conocen dicen que simplemente quería estar cerca de la gente; escuchar lo que la ciudadanía expresaba en la calle. Días antes de la manifestación, Atarés había estado hablando con el secretario general del PP en el ámbito nacional, Javier Arenas. Quería estar en la protesta. La negativa de su jefe de filas fue rotunda. Aun así decidió bajar a la plaza, solo unos minutos, hasta que se retiró perseguido por los insultos y los reproches. Subió al despacho, dolido y derrotado.

La alcaldía

Da igual con quién se hable sobre José Atarés. Ese día, esa decisión aparece siempre en la conversación. Seguramente porque sirve para definir al hombre, al político, al alcalde de Zaragoza. Esos años como regidor de la capital de la comunidad fueron los más importantes para él; por su visión global de la ciudad y por su vocación de servicio público. También en lo personal; adoptó en la Europa del este a su segundo hijo. Como hombre creyente sentía, ya con su vida encarrilada, que podía ayudar.

Accedió a la alcaldía para sustituir a Luisa Fernanda Rudi, que marchó a Madrid para presidir el Congreso. Atarés no era de los más cercanos a la actual presidenta, pero fue ganando responsabilidades y confianza con trabajo. Y aunque solo estuvo tres años en el cargo dejó huella en todos aquellos que trabajaron a su lado.

Le interesaba todo, lo pequeño y lo grande, mientras tuviera que ver con su ciudad. Hizo suya la propuesta electoral del PSOE de Juan Alberto Belloch y creó la comisión que debía impulsar la Expo. Fue capaz de pactar con todos los grupos el Plan General de Ordenación Urbana. Y citó a su despacho a los dos jóvenes que acumulaban más multas en Zaragoza por pintar grafitos en las paredes. Les propuso habilitar un espacio en la ciudad en el que pudiesen expresar su arte urbano.

Su rastro en la ciudad permanece. No solo en el imaginario colectivo. Esa suerte de latido que surge cuando alguien se pregunta por los alcaldes de Zaragoza. Sí, Atarés, el que fue alcalde. Sus obras y sus proyectos ahí están, como la reforma del paseo Independencia o la rehabilitación de Teatro Romano. Pero que nadie espere encontrar su nombre en una placa de inaguración. Nunca quiso que figurara y así se lo exigió a sus colaboradores. Solo esto: esta obra fue inaugurada por el alcalde de Zaragoza. Sin más.

Son ellos, los que estuvieron en la puerta del ayuntamiento ese 8 de octubre, los que acudían a su despacho para debatir, los que trazan el dibujo de su personalidad en la memoria. Era un hombre trabajador, llegaba a su despacho a las ocho de la mañana y lo abandonaba ya por la noche. Fue el primer alcalde de la ciudad en utilizar un ordenador. "Dejaba hacer, siempre contaba con las opiniones de los demás, le gustaban los equipos y confiaba, aunque luego muchas decisiones eran suyas", recuerda un antiguo colaborador. Tenía una idea abierta del partido, contó con gente joven como Ricardo Mur o Jorge Azcón y apostó por Pedro Navarro para presidir las Nuevas Generaciones.

Solo fue alcalde tres años. Fue derrotado por Juan Alberto Belloch en el 2003. Pero seguía siendo un hombre poderoso dentro del partido, al controlar la provincia de Zaragoza. Quiso renovar el PP y se midió en el 2004 a Gustavo Alcalde por la presidencia de los populares aragoneses, pero perdió por un estrecho margen de 32 votos. A partir de entonces su retroceso en el seno de la formación fue total, hasta quedarse como mero miembro de la dirección. Desde ese año su trabajo se centró en el Senado; escaño que no ha dejado hasta en los últimos días de su enfermedad.

Un hombre querido

Pese a su breve paso por el ayuntamiento como alcalde, en la memoria colectiva su imagen ha quedado asociada a este cargo. Para muchos José Atarés, o Pepe como lo llamaban todos aquellos que lo conocían, será el alcalde de Zaragoza. Un hombre querido, que caía bien, que era campechano, del que es difícil encontrar a alguien que hable mal. Aunque rivales también los tuvo, claro, sobre todo en los tiempos en los que su partido estaba abierto en canal por el trasvase y las luchas internas.

Luego llegó el cáncer. No fue un momento fácil. No podía serlo. Pero afrontó la lucha contra la enfermedad con valentía. Volcó todos sus esfuerzos en ello. Estaba convencido de que iba a ganar la batalla y daba ánimos a los que tenía alrededor. En la campaña electoral del 2011 irradiaba optimismo. Participó en un buen número de actos, incluso en uno cerca de su casa, en la plaza San Francisco.

Ese lugar que en su día vigilaron, para intentar asesinarle, dos miembros de ETA. No era raro verlo sentado en las terrazas de esta plaza zaragozana, siempre con amigos, con su mujer Cristina y sus dos hijos. Quizás este fuera uno de sus lugares preferidos de la ciudad. Junto a la plaza del Pilar, donde le gustaba imaginar la Zaragoza que quería construir, donde se sentía cerca de la gente, donde aquella mañana del 8 de octubre salió como alcalde para ser un ciudadano más, con una opinión distinta. Quizás no se escuchó su voz, pero sí sus pasos.