Ada Colau fue reelegida ayer como alcaldesa de Barcelona. Sumó los 21 votos de la mayoría absoluta: 10 de Barcelona en Comú, ocho del PSC y otros tres decisivos, los de Manuel Valls, Celestino Corbacho y Eva Parera, tres de los concejales del grupo de Valls. Los otros tres, se entiende que por presiones de Ciutadans, han votado en blanco. De esta forma, Colau se impuso a Ernest Maragall, que empató con ella a 10 concejales en las elecciones del 26 de mayo pero las ganó por 4.800 votos y hubiera sido alcalde sin una mayoría absoluta alternativa.

Colau entra así, junto con Pasqual Maragall y Joan Clos, en el club de los alcaldes de la ciudad con segundo mandato en el periodo democrático, y es la primera que logra gobernar sin haber ganado las municipales. Será alcaldesa hasta el 2023, y cumplirá así el propósito que se marcó en el 2015, cuando consideró que necesitaba un mínimo de dos mandatos para desarrollar su programa. Si su militancia lo avalara, podría aspirar a un tercero.

Son buenas noticias para Colau, pero nadie lo diría. Porque su investidura estuvo marcada por el evidente descontento, un cierto abatimiento y una clara pugna por evitar las lágrimas por parte de la alcaldesa, que no ocultó su estado de ánimo: «Es un honor para mí ser alcaldesa cuatro años más, pero hoy no es un día exactamente feliz». Y ha apaleado de nuevo al tripartito que no logró cerrar con ERC y el PSC.

Para entendernos, ha sido como si en una boda la novia pidiera un micrófono para explicar que ella, en realidad, no quería casarse con la persona con la que se está casando y que vaya engorro y vaya bajón, pero que no tenía otra opción. ¿Qué cara pondría el novio o la novia? Ayer, el contrayente era el socialista Jaume Collboni, que en principio ha capeado bien el feo. El socialista ha defendido la fórmula: «Este gobierno tendrá toda la legitimidad democrática, como cualquier otro. Quiero reconocerle a Valls su respeto y su generosidad». El exprimer ministro francés era el padrino de boda. No en vano ha recordado: «Sin nuestra decisión valerosa, usted no sería alcaldesa». Y a Maragall le ha correspondido el rol amargo del padre de la novia que ve cómo esta se junta con quien él considera indeseable.