Acabo de editar el libro Jarrones chinos, en el que cuento la relación con los presidentes de la democracia española, y solo salvo a Adolfo Suárez. Por una razón muy sencilla: fue valiente y se enfrentó a la nomenklatura de la que procedía. El resto de presidentes solo se han dedicado a surfear por encima de los problemas. Suárez los afrontó.

Vivimos momentos de gran hipocresía ante su desaparición. Loas, golpes de pecho, encendidos ditirambos hacia un Suárez al que conoci íngrimo y solo en el Grupo Mixto con Rodríguez Sahagún, sin que ningún banco les prestara un duro para su campaña de alpargata. Y me indigna esa foto mentirosa en la que aparece un Suárez enfermo de espaldas al lado de un Rey que le pasa el brazo por el hombro pero que no toleró que tras las elecciones del 15 de junio de 1977 se sintiera legitimado por las urnas y quisiera volar solo. Fue el Monarca quien propició la caída de Suárez en enero de 1981.

El año 1980, en el comienzo de la autonomía vasca, fue duro, con una ETA enloquecida que mató a más de cien personas. El PNV reivindicábamos la devolución del concierto económico, como nos exigían nuestros mayores. Y al final Suárez lo devolvió. La explicación nos la dio a Benegas y a mi en una cena en el Palacio Real: "Solo cuando estuve decidido a dimitir abordé la devolución del concierto. Las resistencias eran inmensas. Pero lo hice por justicia histórica. Hoy sería imposible lograrlo y hasta plantearlo". Lo recuerdo vívidamente. Al poco la UCD desapareció y el 23-F. Tejero y Armada daban su golpe militar cuartelero.

Suárez fue un hombre valiente, no un demagogo del tres al cuarto al que se le va la fuerza por la boca. Hoy los políticos quieren perdurar y mantenerse en el machito. Suárez duró poco, fundamentalmente porque se enfrentó a los poderes fácticos e hizo lo que creyó que tenía que hacer. Hoy en la Moncloa haría falta un Suárez y no un Rajoy con el discurso de la España una, grande y libre.