Tenía que ser Lafita. El único aragonés de la primera plantilla, zaragocista de corazón, de cuna, injustamente tratado por el Zaragoza de Agapito Iglesias y que ahora hará las maletas para irse a otro destino por la nefasta gestión del soriano. Lafi acertó con la portería de Mario cuando el equipo aragonés parecía incapaz de hacerle un gol a un Racing que en la segunda parte se desenchufó del encuentro, fruto de un descenso matemático que quedó patente tras el descanso, ya que antes hizo temblar a una Romareda abarrotada, volcánica fiel, entregada y absolutamente vital en la victoria y en toda la reacción zaragocista que le ha llevado tan cerca de la salvación.

En una noche donde las radios fueron el elemento más popular de La Romareda y donde el zaragocismo jugaba en otros tres campos, lo cierto es que el equipo aragonés mereció ganar el partido de largo, por esfuerzo y por fe, pero fue un manojo de nervios todo el choque. El cansancio de tres partidos pasó mucha factura, sobre todo en la segunda parte.

Esa ansiedad quedó patente en el arranque. El balón quemaba y el Zaragoza no trenzaba apenas fútbol. Por si fuera poco, el Racing se adelantó en un gol de cabeza y en estrategia. Para qué faltar a la costumbre... Álvarez se olvidó de Christian, que remató a placer. Por suerte, el Zaragoza no tardó en empatar. Álvarez se redimió con un buen centro que mandó Hélder Postiga, también con la testa, a las mallas.

El Racing asustaba a la contra con Jairo y Acosta, pero el amo y señor del choque era el equipo zaragocista, aunque las piernas no iban a la misma velocidad que el corazón y las ideas no fluían en ataque. Edu Oriol, en dos acciones individuales, y un disparo de Pinter que despejó Mario llevaron el peligro, pero La Romareda no dejaba de comerse las uñas, porque el gol no llegaba.

Aumentaron los nervios al comenzar la segunda parte. Roberto hizo un gran parada a Edu Bedia y Jairo traía más desasosiego. Sin embargo, el Zaragoza, fundido físicamente, sacó fuerzas de donde no había. Ayudó en ello el Racing, que no quiso gastar más en un partido en el que nada se jugaba. Las ocasiones empezaron a llegar a chorro. Lafita mandó dos al larguero, una a bocajarro, Postiga tenía el punto de mira desviado una vez sí y otra también, Dujmovic no acertó en un córner y Mario le sacó otra a Lafi.

El tanto salvador cayó por su propio peso, por la propia lógica de un equipo volcado, aunque sin puntería y fundido. Luis García se quedó solo, Mario rechazó su disparo, Postiga intentó una volea fallida y Lafita empujó a la red. Sí, un gol lleno de corazón zaragocista. La grada suspiró de alivio y aumentó fuerzas en sus cánticos, en el Sí se puede, mientras celebraba los goles del Valencia y del Madrid. Lafi lo merecía, el Zaragoza, también.