La amenaza del cierre de la central térmica llevaba años sobrevolando Andorra. Sus vecinos lo veían venir desde hace tiempo, pero eso no quita para que la confirmación de una muerte anunciada noqueara el jueves a los 8.000 habitantes de este pueblo turolense. A fin de cuentas, más de 3.000 personas dependen, de una u otra forma, del sector minero-eléctrico. Sin duda, la mayor preocupación en toda la zona es que la comarca vaya muriendo poco a poco ante la ausencia de alternativas económicas.

«Corremos un grave riesgo de despoblación en los próximos años, y todo por no haber hecho los deberes a tiempo», lamenta el presidente de la asociación de empresarial de Andorra Sierra de Arcos, Roberto Miguel. La capital de la comarca ha ido perdiendo población año tras año. A principios de la década de los 90 -diez años después de la inauguración de la térmica- Andorra alcanzó su pico demográfico más alto con más de 8.600 habitantes. Desde entonces no ha hecho más que caer hasta los 7.799 habitantes censados al término del 2017.

AFECCIONES

El monocultivo de la térmica y del carbón ha hecho que muchos jóvenes se hayan visto obligados a buscar empleo fuera de la comarca. «Mis dos hijos están fuera, uno en Huesca y otro en Zaragoza; algo habitual en mi entorno», indica el propietario del bar Miravete de Andorra.

Todos los vecinos tienen muy claro que la muerte del carbón y el cierre de la térmica afectarán de forma directa al sector servicios y al comercial, actividades que ya empezaron a descoserse hace años. De hecho, la crisis económica y el auge de las ventas on line han provocado el cierre de algunas tiendas. «Ahora aún lo vemos peor porque muchas familias que vivían de la térmica de una u otra forma se marcharán del pueblo, lo que provocará que en vez de tres tiendas de informática haya una y que en vez de cinco supermercados queden tres», lamenta Paco, que regenta un comercio de informática en Andorra.

Paradójicamente, Andorra es el municipio aragonés con más renta per cápita, algo que se explica en buena parte por las prejubilaciones que los mineros recibieron a mediados de los noventa, cuando al menos 2.000 trabajadores del carbón se sumaron a esta posibilidad.

El presidente de la patronal está convencido de que la comarca se encuentra ante su última oportunidad para diversificar su economía. «Se tiene que planificar bien y, por supuesto, las ayudas deben concentrarse en nuestra comarca», indica Miguel, que recuerda que los últimos fondos del plan Miner se destinaron sobre todo a Fraga.

A pesar del duro golpe que supone el cierre de la térmica, Miguel confía en que la zona aún puede resurgir. Eso sí, apunta que la reconversión debe ser urgente. «Aún hay gente muy cualificada; no creo que haya muchas comarcas con tantos electricistas, soldadores o técnicos en mantenimiento», señala.

En este sentido, Miguel reclama que el plan de reconversión no se quede solo en unas prejubilaciones y en unos trabajos para la restauración de las minas porque la alternativa económica actual es muy reducida. «La única empresa con futuro claro es la papelera DS Smith, que emplea a unas cien personas», comenta Miguel, que asegura que en la comarca apenas hay diez empresas que no dependen de la térmica.