«¿Cómo hemos podido llegar a esto?», se lamenta el presidente del Aragón preautonómico, Juan Antonio Bolea, ante la tensa relación que se vive estos días por la situación en Cataluña. «Hace 40 años fuimos capaces de entendernos, de estrechar los fuertes vínculos culturales, sociales y políticos que unían a Aragón con Cataluña, y parece que se pierda la memoria y se olvide todo aquello», explica el veterano presidente, que a sus 87 años mantiene una envidiable lucidez en sus razonamientos.

En aquella época, en la que los whatsapps, las redes sociales y la alta velocidad eran quimeras, y las relaciones se forjaban a través del contacto personal, los incipientes Gobiernos de Aragón y Cataluña mostraron la intención de fomentar sus vínculos y respetar sus autogobiernos, siempre, eso sí, desde el respeto a la Constitución que acababa de nacer. De la excelente relación política entre ambos presidentes, Juan Antonio Bolea y Josep Tarradellas -uno de los emblemas del nacionalismo catalán y ERC--, llegó a surgir una relación personal que tornó en amistad. Quizá desde entonces no ha habido una relación tan fluida entre presidentes, de hecho ha habido más desencuentros que encuentros, y presidentes como Artur Mas, ni siquiera han querido entrevistarse con los presidentes aragoneses.

La buena sintonía entre Bolea y Tarradellas surgió a raíz de la invitación que las casas de Aragón en Cataluña y la Generalitat cursaron al presidente de Aragón para visitar Barcelona. Fue hace ahora 38 años. Del 4 al 7 de octubre. «Fue un viaje inolvidable, el cariño que mostró hacia las instituciones aragonesas el pueblo catalán, indescriptible». La delegación aragonesa fue recibida por el abad de Montserrat, el alcalde de Barcelona (con firma en el libro de oro de la ciudad incluida) y una recepción en la Generalitat. «El momento más emocionante fue cuando hicimos un acto en el Palau de la Musica los dos presidentes y todo el público puesto en pie, lleno de aragoneses», rememora un Bolea que apuesta por restaurar esos lazos que, a su juicio incomprensiblemente, se han perdido por el desencuentro de unos y otros. «Hablamos de aragonesismo, de catalanismo, de la necesidad de autogobierno dentro de la Constitución… fue un viaje muy interesante».

Pocos días después de esa recepción oficial, el 23 de octubre, el diario Avui publicaba un mapa de Cataluña que incluía a parte de Aragón dentro de los Països Catalans. No hizo falta que nadie en Aragón mostrara su malestar, ya que el propio Tarradellas se apresuró a escribir una carta oficial en la que señalaba su disconformidad con esa publicación.

En el acuse de recibo, Bolea señalaba: «Agradezco su deferencia y me satisface su gallardía al reiterarme, como presidente de la Generalidad, su más absoluto respeto al territorio aragonés (…) Actuaciones de este tipo -desgraciadamente reiteradas—no consiguen otro efecto que el de enrarecer las buenas relaciones entre Aragón y Cataluña, que tanto la Diputación General de Aragón como la Generalidad nos estamos esforzando en mantener y fomentar (…) Haciendo uso de su autorización, hago pública su carta, junto con mi contestación al objeto de que el pueblo aragonés sepa que el Presidente de la Generalitat reprueba este tipo de actitudes y de que el pueblo catalán conozca que no estamos dispuestos a consentirlas. Está en juego la armónica convivencia entre nuestras dos comunidades».

Tarradellas devolvió la visita a Aragón y llegó a Zaragoza un 16 de noviembre. Se alojó en el Gran Hotel y pidió al presidente aragonés que le acompañara a visitar la Virgen del Pilar. Bolea recuerda que Tarradellas le había dicho que en el exilio había prometido visitar el Pilar si algún día volvía a Cataluña. «Estuvo un buen rato ante el altar y al acabar, me dio un abrazo y empapó de lágrimas la manga de mi chaqueta», añade.

Que los tiempos han cambiado, y mucho, lo demuestra la anécdota de que la comida oficial se realizó en el propio domicilio particular del presidente aragonés. «Alguna prensa había criticado un posible dispendio público por la visita de Tarradellas, y como me negué a que hubiera habladurías, celebramos la comida en mi casa, con la delegación catalana y los portavoces aragoneses», indica el veterano político aragonés, quien señala que su domicilio -al igual que el de otros políticos—era muchas veces la propia sede en la que se cocían asuntos, acuerdos e iniciativas. «No era infrecuente que colegas de otros partidos vinieran a casa, incluso muy tarde, y se quedaran a cenar lo que hubiera, para hablar de la autonomía, que estaba empezando. Por mi casa pasaron políticos de todos los partidos».

Bolea, que entonces formaba parte de UCD para, posteriormente, ingresar en el Partido Aragonés, también recuerda que unos castellers hicieron un castillo humano ante la Diputación Provincial --sede provisional del Gobierno aragonés-- y el chiquillo de lo más alto fue recogido por Tarradellas y Bolea en el balcón. Ambos políticos mantuvieron una relación tan estrecha que sus familias fueron amigas hasta el fallecimiento del dirigente catalán, que incluso quiso ser el padrino de algún hijo de los Bolea. Cada vez que pasaba por Zaragoza los visitaba y su relación se consolidó hasta el extremo de que las dos incipientes comunidades mantuvieron un hermanamiento que se debilitó con la llegada, en 1981, de

CiU y Jordi Pujol.

«Me gustaría que pudiéramos volver a esa concordia y fraternidad que debería ser normal entre dos pueblos tan próximos», se lamenta Bolea, quien recuerda el final del comunicado conjunto que ambos presidentes firmaron tras el viaje de Zaragoza: «En este marco de hermandad, hacemos un llamamiento a nuestros dos pueblos para que, sin recelos, fomentemos iniciativas constructivas y afiancemos definitivamente nuestras relaciones en esta nueva etapa histórica que estamos seguros será fructífera, al objeto de que Aragón y Cataluña, en democrática igualdad, puedan ser ejemplo de entendimiento pacífico y solidario de todos los pueblos de España».