Pedro Sánchez llegó arrastrado a los dos debates electorales. Hay un momento que capta bien su actitud ante ambas citas. Cuando los equipos de los cuatro candidatos acudieron al sorteo de los turnos en RTVE, el pasado sábado, Pablo Echenique, secretario de Organización de Podemos, defendió que cada invitado debía tener seis minutos de intervención en cada bloque. José Luis Ábalos, su homólogo en el PSOE, pidió solo tres, según fuentes del partido. Al final, se quedó en cuatro y medio, algo que traía consigo varios minutos más de riesgos para Sánchez, que en esta campaña, con las encuestas a favor, juega a no exponerse. Pero ahora que han pasado los debates, tras el tropiezo de las negociaciones (que forzó al presidente a aceptar dos encuentros consecutivos con el PP, Ciudadanos y los morados, cuando solo quería uno que incluyera también a Vox), el PSOE respira tranquilo.

La primera conclusión es obvia: Sánchez, señalan en su entorno, ha «salido vivo» del trance. De eso se trataba: no cometer errores que pudieran empañar su dominio. Pero más allá de la acreditada supervivencia del presidente del Gobierno, en el PSOE consideran que los debates han servido para ensanchar su espacio, con Pablo Casado y Albert Rivera enzarzándose continuamente entre sí, mostrando la fractura en una derecha que se «despedaza» y al mismo tiempo la profundidad de la deriva conservadora de los naranjas, que antes competían por el voto de centro con Sánchez.

Así que los socialistas se despertaron ayer con optimismo. La campaña volvía a estar donde ellos querían. «El debate nos ha dado un plus -señaló una de las personas más cercanas a Sánchez-. Todavía podemos pegar un último tirón». Era un motivo de júbilo suficiente, pero horas después, pasado el mediodía, hubo algo más para celebrar. Ángel Garrido, que fue presidente de la Comunidad de Madrid a raíz de la dimisión de Cristina Cifuentes por su máster fraudulento y su hurto de productos de belleza en un supermercado, abandonaba las filas del PP para irse a Ciudadanos.

El salto permitió al PSOE, que hace semanas vio cómo su exportavoz parlamentaria Soraya Rodríguez se pasaba también al bando naranja, fundamentar dos cosas. Por un lado, que el Partido Popular es un partido «en descomposición» desde que Casado alcanzó su liderazgo, una organización «en caída libre», donde sus dirigentes buscan acomodo en otro lugar ante el batacazo que se avecina. La tesis vino refrendada por Juan Carlos Rodríguez Ibarra.

Muy crítico con Pedro Sánchez en los últimos tiempos, sobre todo por la relación del Gobierno con el independentismo, el expresidente extremeño dijo en un mitin en Badajoz en el que también participó el presidente: «De nuevo volvemos a ser un partido unido». El contraste no pudo ser mayor.

EL «RECICLAJE»

Pero al PSOE también le vino muy bien que el destino de Garrido fuese Ciudadanos. El partido de Albert Rivera se aleja cada vez más de sus promesas de «regeneración», argumentaron fuentes socialistas, al reducirse su discurso a «reciclar» a miembros de otras formaciones. En este último episodio, subrayaron, del «corrupto» PP de Madrid.

A tres días de las elecciones, sin despejar la amenaza de que el Partido Popular y Ciudadanos sumen con Vox y repitan su pacto andaluz, Sánchez, que el martes cerró la puerta a un acuerdo con los naranjas («no está en mis planes», dijo), se centrará en el voto útil de izquierdas, insistiendo en que solo el PSOE puede derrotar a las «tres derechas», y también en el de centro, comparando la «lucha fratricida» de Casado y Rivera con la «estabilidad» que él representa.

«Si queremos estabilidad, futuro y parar a la derecha de las tres siglas solo se puede votar al PSOE», dijo Pedro Sánchez en Gijón, a última hora de la tarde. Poco antes, en el mismo atril, la vicesecretaria general, Adriana Lastra, hurgó en lo que el presidente del Gobierno llamó, durante el debate en Atresmedia, las «primarias» de Pablo Casado y Albert Rivera. «La derecha empezó repartiéndose ministerios -señaló-. Pero ha acabado dándose estopa».