Quizá lo principal de las elecciones ha sido el gran aumento de la participación -6 puntos en España y nada menos que 14 en Cataluña, hasta el 77,5%- para derrotar al maximalismo exclusivista. Y la primera y gran derrotada ha sido la cerrazón de la derecha.

Cuando triunfó la moción de censura, un mecanismo totalmente constitucional, el PP lo tomó como un asalto fraudulento a su poder y Cs como un innoble ataque a sus expectativas hereditarias del desgastado PP de Mariano Rajoy. Ambos partidos deslegitimaron la moción, proclamaron que Pedro Sánchez era un peligro público y que echar de la Moncloa a quien estaba vendiendo España a los separatistas era una emergencia nacional. Además, pintaron una situación límite en Cataluña que exigía la aplicación inmediata de algo tan excepcional como otro 155, pero menos blando y de carácter indefinido. Urgencia: expulsar al okupa y limitar el autogobierno catalán.

Pablo Casado, como nuevo líder de un PP aznarizado y de rechazo de la moderación de Rajoy, tiene mucha culpa de esta deriva. Y a esta estrategia se sumó Albert Rivera, forzado por su objetivo de arrebatar al PP el electorado conservador y que tampoco puso reparos en pactar con el PP y Vox el Gobierno de Andalucía y en exigir en la plaza de Colón la dimisión de Sánchez y el fin de «las cesiones» a Cataluña.

El resultado ha sido que los 169 diputados de la derecha se han reducido a 149, veinte menos. Además, no divididos entre dos de centroderecha europea sino entre tres y con uno de extrema derecha. El PP baja de 137 a 68 (contando los dos de Navarra Unida) y cayendo del 33% al 17,1%, Vox irrumpe con un 10% y 24 escaños y Cs ha subido de 32 a 57 diputados, del 13% al 15,9%.

La debacle del PP es brutal porque pierde 69 diputados y su condición de gran partido de la derecha. Además, va a estar continuamente asediado por Vox, partido del que no ha sabido -o querido- diferenciarse demasiado, y por Cs, que parece que solo puede seguir luchando por el estatus de primer partido de la derecha.

Sí, Cs recorta distancias con el PP, pero a costa de haber abandonado su posición de centro y de estar enredado en una triple y confusa derecha. Parece cerrarse -voluntariamente- la opción de algún pacto transversal. Quizás un buen negocio cuantitativo a corto plazo pero que abre graves interrogantes de futuro. Todavía más porque en Cataluña Cs pierde su posición de las autonómicas (pasa de primer a quinto partido) y retrocede del 25% al 11,6%.

El anticatalanismo de PP y Cs ha dado al final escasos dividendos porque es poco sensato querer expulsar del marco constitucional a los secesionistas y totalmente absurdo afirmar que el PSOE de Sánchez ya no es constitucionalista porque dialoga con ellos. Entonces solo habría 149 constitucionalistas en el Congreso, admitiendo como tales a los 24 de Vox.

El primer mensaje es que los electores han dicho no a este extremo exclusivismo y han propinado al PP neoaznarista una bofetada descomunal.