Un descubrimiento, un amigo. Así podría definir mi relación con Alfredo Pérez Rubalcaba, que comenzó hace apenas cuatro años. Porque humildemente así lo siento y así lo he percibido por su parte en cada una de las bastantes veces que nos hemos visto. Yo ya le admiraba por sus intervenciones políticas, su inteligencia, su claridad, su educación, su forma de debatir, su carácter dialogante, etc., y al conocernos, descubrí una persona generosa, humilde, agradecida, empática y con gran sentido del humor.

A finales de 2014 conecté con él para invitarle a escribir en un libro sobre José Antonio Labordeta. Él no me conocía pero sin titubear me dijo que sí. Editado el libro Amigo Labordeta fui a visitarlo a la Facultad de Químicas de la Universidad Complutense de Madrid, donde impartía sus clases. Nada más entrar, su afabilidad a la hora de entablar la relación, en ese pequeño despacho que tenía en su facultad, hizo que la conversación fuese tan normal como si nos conociéramos desde hace años, y es que Rubalcaba era una persona que transmitía cercanía, familiaridad, transparencia... Franqueza que decimos aquí.

A partir de ese día se estableció una relación de mutua confianza donde hablábamos de todo, por correo, Whatsapp, en mis visitas a la facultad o en las más de seis presentaciones del libro de Labordeta, en otras tantas ciudades, donde Rubalcaba se desplazaba desinteresadamente y me acompañaba para ayudarme en la labor de difusión.

Siempre recordaré cuando vino a Huesca, en septiembre de 2015, a presentar el libro de Labordeta. Despertaba tal interés que en el salón de la Diputación Provincial de Huesca (DPH) no cabía un alma más. En el paseo por Huesca al día siguiente, le iba preguntando de todo para saber más de él, pero también él preguntaba sobre mí, sobre mi familia o sobre esta tierra, era como si nos quisiéramos conocer más con esa amistad que acababa de empezar.

Recuerdo cómo, en ese viaje, cuando llegamos a Alquézar, al salir del coche lo primero que hizo fue llamar a su mujer, Pilar Goya, para decirle que había descubierto un lugar maravilloso para perderse los dos unos días, y así lo manifestó a los periodista que le entrevistaron. La última vez que nos vimos fue el pasado 5 de abril en Zaragoza, en la presentación de otro libro, donde él no participaba, pero sí acudió para ayudarme en esa labor de difusión. Habló con mi hija de sus estudios de Química y aún planificamos las siguientes presentaciones en Huesca y Madrid donde volvió a ofrecer su generosa ayuda, si lo consideraba oportuno. Lo triste ha sido que no ha podido ser. Gracias, amigo.