Ver a un niño de 8 años manejando el ordenador con la pericia de un informático o comprobar con cierta perplejidad cómo destripa las dificultades del último videojuego puede generar la sonrisa cómplice de sus progenitores. Sin embargo, la tenue línea entre la formación y la adicción es el elemento clave sobre el que deben actuar con inteligencia y firmeza tanto los padres como los educadores. Las cifras facilitadas ayer en Aragón invitan a una reflexión. Y urge actuar.