"En Irak solíamos comentar que Dios es español, porque no tuvimos víctimas a pesar de los ataques, que nos obligaron a adoptar las máximas medidas de seguridad", explicaba el teniente Muñoz tras recibir el abrazo de su esposa, María Jesús, en plena pista del aeropuerto de Zaragoza. Curtido en misiones como la de Kosovo y Afganistán, Muñoz admitía que la misión en Irak había sido la "más arriesgada" de las tres. Su mujer incluso reconocía que cuando hablaban por teléfono notaba que algo "no iba bien". "El prefería no contarme nada, pero yo sentía que la situación en Irak no era buena", comentó.

Este oficial, destinado en la AALOG 41 de Zaragoza, señaló que el repliegue se complicó "porque inicialmente se dieron una fechas que luego se acortaron", aunque fue en Kuwait donde los militares del Elemento Nacional de Apoyo Logístico (INSE III) pudieron solucionar en cierta medida "los flecos pendientes".

Cerca de Muñoz, el comandante médico Martín recordaba el momento en el que dejaron definitivamente Irak: "Algunos civiles nos mostraron su simpatía cuando nos marchamos, aunque es cierto que en otros se veía bastante tensión. No podemos negar que vivimos momentos difíciles. A principios del mes de abril todo se complicó. Pudo ser o no por la llegada de las tropas de Estados Unidos a Diwaniya, pero fue así".

Mientras el propio jefe del INSE III, Pedro Vallejo, confirmaba que Irak se ha convertido en un "avispero" en los últimos meses, dejaba claro al mismo tiempo que Diwaniya no es uno de los focos más peligrosos: "Había elementos que se dedicaban a realizar emboscadas y que podían hacer daño si querían, pero al menos la ciudad cuenta con un poder político más o menos establecido y con fuerzas de seguridad".

A escasos metros de Vallejo, el sargento primero Del Hoyo afirmaba que durante su convivencia con las tropas estadounidenses soñaba con la comida de su hogar porque casi todos los días les daban "pollo rebozado o hamburguesas". "Ahora mismo, lo que más me apetece es que me preparen un buen plato de lentejas", apuntó.

Del Hoyo relataba que después de tantos disparos, "uno se acostumbraba a ponerse el casco y el chaleco para moverse por la base, de la que apenas salíamos. Recuerdo que cuando nos visitó el ministro de Defensa tomamos fotografías de las huellas que habían dejado los proyectiles".

Sin embargo, tal y como subrayó un oficial, lo más importante en una misión de tal envergadura era volver "todos juntos". "Cuando nos fuimos lo hicimos con una incertidumbre tremenda, porque no sabíamos si tendríamos que desmontar. Y esa sensación nos acompañó muchos días".