Es curioso: mientras la campaña española se enreda en una repetición sistemática de argumentarios y poses, en París la Cumbre del Clima acaba con unos acuerdos mínimos, inútiles a la hora de luchar contra el calentamiento global. Sin embargo, esa decisiva cuestión medioambiental apenas tiene sitio en los mítines y debates que se celebran aquí estos días. Ni siquiera las izquierdas están dedicándole demasiada atención. Claro que esas izquierdas bastante tienen con vigilarse mutuamente mientras disputan entre sí quién es más coherente, más audaz, más rompedor y más de verdad. El PSOE se cree dueño de la denominación de origen socialdemócrata. Podemos aspira a convertirse en una especie de PSOE actual. Unidad Popular (Izquierda Unida junto con otros partidos y plataformas) pretende ser la única formación que lanza sin complejos auténticos mensajes socialistas, como el abandono inmediato de la OTAN o la elección democrática del Jefe del Estado. La sorda rebatiña que mantienen los tres (sin dejar de poner a caldo al PP y, colateralmente, a Ciudadanos) ha de encantar sin duda a una derecha que esta vez también teme ver dividirse (aunque no tanto) a su electorado.

Alberto Garzón, el coordinador de IU y primer candidato de Unidad Popular, lleva a cabo una campaña clásica. Es probable que al principio se viese arrinconado y disminuido. Pero ahora lleva a cuestas unos cuantos mítines en los que su poder de convocatoria ha dado buenos resultados. Además se ha visto ganador del debate a nueve y su autoestima ha crecido. Se presenta ante el público con Bon Jovi poniendo música de fondo a todo volumen. En los actos que preside se masca el sabor de la izquierda clásica, la que grita "¡Que viva la lucha obrera!" y "¡OTAN no, bases fuera!", la que viste vaqueros y camisas a cuadros, la que hace ondear la bandera republicana y saluda con el puño en alto, la que se expresa, como él mismo, adjudicando a los sujetos el género masculino y el feminismo, una y mil veces: compañeros-compañeras, vecinos-vecinas, luchadores-luchadoras... UP tiene a gala disponer del mejor programa, y no cortarse un pelo a la hora de defender la paz, los servicios públicos, la redistribución de la riqueza y una reforma constitucional que acabe "con el poder en la sombra de la oligarquía franquista". Sin concesiones. Garzón habla suave y contenido, pero sus palabras desafían implícitamente a las otras marcas que presumen de progresistas. A ver si llegáis tan lejos como yo, parece sugerir parrafada tras parrafada.

Que Podemos y UP vayan a estas elecciones cada cual por su lado causará algún estrago que otro, a pocos electores que atraiga esta última fuerza. Cuando el voto está tan disputado como ahora, cuatro o cinco puntos porcentuales arriba o abajo pueden ser cruciales. Los de Pablo Iglesias van a echarlos de menos en la noche del 20-D. ¡Ah!, pero en esta cita con las urnas IU y otros partidos no querían desnaturalizarse, y en Podemos estaban decididos a comparecer a cuerpo limpio... salvo que tuvieran a mano alianzas ganadoras.

El PSOE, como siempre, presume de que sólo él ha sido capaz de derrotar la derecha. Y ésta, encarnada en el PP pero fluyendo hacia Ciudadanos, aplaude la dispersión de los votantes, porque ello aumenta el valor de su propio suelo, que consideran el más sólido. Además, Rajoy es aún el presidente, puede protagonizar momentos críticos (como el de ayer, cuando los talibanes atacaron muy cerca de la embajada española en Kabul), y tiene al ministro de Economía, Luis de Guindos anunciando que en 2016 España alcanzará tasas de crecimiento y datos macroeconómicos de antes de la crisis. Lo malo es que la experiencia y el poder incluyen todo. También tener que lidiar en plena campaña con otro escándalo por corrupción. Y van...