Uno de los misterios más profundos de las encuestas electorales reside en predecir o saber dónde van o irán, como los besos de la canción, aquellos votos -¿miles, cientos de miles, millones?-- que no se han dado, y que presuntamente deberían escapar al arco del Gobierno y de la oposición; esto es, del sistema bipartidista --en adelante, el Sistema-- que viene imponiéndose en España a golpe de decreto, ley D'hont y pantallazo de Prado del Rey.

En el momento actual, todo haría indicar que el PSOE y el PP no sólo iban a perder sus mayorías, sino que las oleadas de indignados, contra--sistema, alternativos, republicanos, radicales, extremistas de toda laya y otras castas en rebeldía contra la España monárquica y autonómica podían poner contra las cuerdas la tradicional alternancia en el poder derecha--izquierda, incluso la perduración del propio Sistema.

Sin embargo, la encuesta del CIS, y otras menos oficiales, pero igualmente válidas, realizadas en los umbrales de las elecciones europeas, no apuntan eso.

Con más abstención, son meramente continuistas, atribuyendo holgadas ventajas al PP y al PSOE sobre el resto de partidos, y negando la entrada en el arco parlamentario de Bruselas a todos aquellos candidatos españoles que dicen representar la alternancia, la indignación, el cambio. Para esas nuevas fuerzas, aparentemente sustentadas por miles, cientos de miles, acaso millones de españoles en manifestación pública contra el paro, los recortes y medidas del Gobierno, sólo queda un cinco por ciento de los sufragios. Que, para colmo, habrá de repartirse entre varias siglas, con lo que la posibilidad de enviar un cuerpo sólido de eurodiputados a cambiar las cosas en la Europa de Rajoy y Merkel se evapora antes de que el sueño haya ni siquiera abierto los ojos a la realidad electoral.

¿Cómo se explica?

Quizá porque el español, como ya apuntaba Miguel de Unamuno, disfruta con la queja, la exterioriza y repite, sin que por ello altere su pensamiento.

Escribía don Miguel: Siempre me ha acometido la duda de si las quejas son características de la clásica quejumbrosidad española, de esta lamentable manía de estar siempre lamentándonos de nuestra suerte y de la de nuestra patria.

Pasó, a menor escala, con Teruel Existe. Los turolenses siguieron votando lo mismo.