Los últimos movimientos en el Ayuntamiento de Zaragoza evidencian que Pedro Santisteve, el alcalde de Zaragoza en Común, es el auténtico referente de Podemos en Aragón. A caballo de 9 concejales, frente a los 22 de la oposición, descubre sin el Séptimo de Caballería nuevas tierras donde los indios están indignados. Renacido para asuntos nacionales Pablo Echenique, y falto aún de rodaje su sucesor, Nacho Escartín, que apunta buenas maneras, Santisteve es quien corta la baraja de Pablo Iglesias, pero sin repartir cartas al resto de los jugadores.

Quienes, en el ayuntamiento zaragozano, se miran de reojo unos a otros como si, más que en sus escaños, estuvieran sentados en la mesa de juego de un saloon de frontera. Las relaciones entre ellos son ninguna. La izquierda no se habla entre sí. Lo más suave que Carlos Pérez (PSOE) o Carmelo Asensio (CHA) le dicen al alcalde es hijo de Maduro. Le acusan de prácticas antidemocráticas, de comportarse como un tirano, ora estalinista, otras veces pinochetista, de conculcar éticamente las sociedades públicas eliminando la opción del voto contrario, y de no sé cuántas cosas más, pero luego, unánimemente, votan a favor su presupuesto municipal, la principal herramienta política, cargando de munición su tambor.

¿Cómo se entiende?

La respuesta, que no aflora en un caótico y desquiciado ámbito municipal, hay que buscarla en el Pignatelli, o en las Cortes aragonesas, mejor, en esa inestable estabilidad con que tan certeramente definiera Javier Lambán el momento político, en el marco del último debate sobre el estado de la Comunidad.

Desde entonces, el Far West aragonés no ha hecho sino recrudecerse. A falta de un sheriff capaz de poner orden en las calles parlamentarias, colonos y propietarios, ganaderos y granjeros andan a la zarpa la greña, marcando reses ajenas, cambiando alambradas de sitio, declarando prófugos e imputando inocentes, siendo diarias las broncas en las cantinas y cada vez más frecuentes los disparos al aire.

Un ambiente irrespirable, saturado de amenazas, proclive a la aparición de descontrolados pistoleros y jueces de la horca, y a que, en cualquier momento, los jefes de las cuadrillas se citen a duelo el próximo amanecer.

¿Que el Far West era salvaje? El Oeste aragonés lo supera con creces.H