Rabia y preocupación. Los trabajadores de la planta de Opel en Figueruelas hicieron ayer un demostración de fuerza y unidad en la primera movilización convocada por el comité a raíz del bloqueo de la negociación del convenio y la amenaza de desinversiones de la compañía, en manos desde hace medio año del grupo francés PSA Peugeot-Citroën. Fue una protesta breve y de baja intensidad, pero al mismo tiempo un aviso para navegantes de lo que puede ocurrir si no se reconduce la situación. Apenas duró 18 minutos, el tiempo fijado para la pausa del bocadillo de las 9.35 horas. Recortar esos breves descansos es precisamente una de las medidas planteadas por la empresa para elevar la competitividad y reducir la costes de la factoría, aunque la batalla se centra en los salarios y la garantía de carga de trabajo para los próximos años.

Entre el 80% y 90% de la plantilla que estaba trabajando a esa hora se sumó a la protesta, según estimaciones de los sindicatos, que cifraron la participación en unas 2.000 personas, la mayoría ataviada con sus monos de trabajo. «Las naves de producción han quedado vacías», aseguraban varios operarios.

«Dignidad» o «sí se puede» fueron las consignas más coreadas en una ruidosa concentración donde también se pidió la dimisión del director de Opel España, Antonio Cobo, y se lanzaron gruesas palabras contra el mandamás de PSA, Carlos Tavares, al que se señala como responsable de todos los males que puede sufrir la factoría. La protesta puso de relieve que los ánimos entre la plantilla están caldeados y lejos de amainar a pesar del drástico anuncio hecho por la compañía. «No vamos a ceder», gritaba un trabajador al pasar junto a los medios de comunicación, que tuvieron que seguir la movilización detrás de la valla del recinto industrial ante la negativa de Opel de facilitar el acceso. Pese a ello, las imágenes captadas por los propios empleados evidencian que la protesta fue masiva.

Todo ello bajo una intensa niebla, metáfora de lo cargado que está el ambiente en la planta automovilística, que pasa por uno de los mayores aprietos en sus 35 años de historia. «No van a conseguir sacarnos de nuestras casillas: lo más importante para Figueruelas es un plan industrial en condiciones y digno para ambas partes», afirmó la presidenta del comité, Sara Martín, que salió fuera de la fábrica para atender a la prensa al término del acto.

Desconcierto en la fábrica

«El Corsa es de Figueruelas y de Aragón, ¿por qué se lo quieren llevar? ¿tan mal lo hemos hecho hasta ahora? No merecemos esto. No es justo y no es el premio que se merece la plantilla», señalaba indignado desde el otro lado de la verja el delegado sindical Pedro Navarro, de CCOO, junto a su compañero de filas Francisco Cires, que ensalzaba la unidad que existe entre los trabajadores para afrontar las embestidas de la empresa, «aunque algunos intenten dividirnos», advertía.

Buena parte de la plantilla reconoce sentirse ciertamente desconcertada con la amenaza de deslocalizar el Corsa a otra planta. Daniel Garuz, de 31 años, pertenece al colectivo de jóvenes trabajadores de Figueruelas, donde lleva 11 años. No recordaba una situación tan crítica desde el frustrado intento de compra de Magna, en el 2009. «Creo que la empresa está aplicando medidas de presión para quitarnos cosas que se han ido consiguiendo en muchos años», apuntaba. Su padre ha cumplido 35 años en la empresa y es ahora uno de los afectados por la suspensión del contrato relevo, lo que le impide entrar en un proceso de prejubilación. «No están en juego los 5.400 empleados de la planta, si no todo Aragón», añadía.

Ana Coronas lleva 10 años en Opel, en el área de recambios, y admite estar preocupada por la escalada del conflicto. Aboga por «encontrar un punto de unión y de equilibrio entre la empresa y los trabajadores». El tiempo dirá si eso es posible.