El hedor de la corrupción se hace insoportable. Más y más casos engordan cada día ante el estupor ciudadano y la impavidez de los gobernantes. El menú de ayer era pantagruélico. ¿Por dónde empezamos? De aperitivo, la imputación al exdirector de la Policía y expresidente de las Cortes Valencianas Juan Cotino por su vinculación con el supuesto amaño de contratos relacionados con la visita del Papa a España en 2006. Como primer plato, el auto de la Audiencia Nacional que concluye que el PP pudo lucrarse con la trama Gürtel, refrendando las decisiones del juez Ruz y manteniendo que el partido del Gobierno se aprovechó de los supuestos delitos cometidos por los exalcaldes de Pozuelo de Alarcón y Majadahonda. De segundo, los 32 detenidos por amañar contratas con una empresa en media España, dentro de la denominada operación Enredadera que dirige la jueza Alaya en Sevilla. Para acompañar los cafés, la increíble cerrazón del Congreso para acotar la discrecionalidad de los viajes de diputados y senadores tras el escándalo de Monago, del turolense Muñoz y de la ya famosa Olga María.

El PP está noqueado. Sin saber cómo, cuándo y dónde actuar. Sin entender que lo primero que debe hacer es olvidarse de la pantomima del pasado fin de semana en Cáceres, un teatrillo expiatorio de palabras vacías. ¿Cuándo tomará las decisiones de regeneración, limpieza democrática y seguridad que se imponen en un momento delicadísimo para el sistema democrático? El empacho de corrupción provoca una crisis de confianza de tal magnitud que solo se aliviará si las respuestas son contundentes, rápidas y ejemplarizantes. Esto no se soluciona con una sal de frutas o un almax.