Ágora Castrillo (San Cristóbal de la Laguna, 1997) se siente «totalmente orgullosa» de ser una mujer trans. Desde pequeña creía que «algo no estaba bien» dentro de ella y la transexualidad le parecía «lo peor». Hoy habla sin tapujos de su identidad de género y destaca lo mucho que le ha abierto la mente conocer a gente «diversa y maravillosa» que vivía lo mismo que ella. «Mi familia me apoyó mucho. A los 12 años me empecé a dejar el pelo largo y tenía muy claro que a los 18 tomaría las hormonas».

Ágora cree que el sistema educativo debería enseñar educación sexual «muchísimo mejor» de lo que ahora se hace: «Todo es muy binario, sexista y heteronormativo». Considera que las personas trans no son la parte más invisible del colectivo LGTBI pero que, desde luego, «están en el ránking».

Y llama también a hacer autocrítica dentro del propio colectivo porque, aunque este año haya decidido darle visibilidad a las personas trans, dentro del mismo también «existe transfobia», afirma.

Lamenta el bullying al que están sometidos los trans y las muchas faltas de respeto que sufren. «Ser mujer es un hándicap a la hora de sufrir discriminación y ser mujer trans empeora la cosa. Esta etiqueta te persigue toda la vida y cuando conoces gente te tienes que enfrentar siempre a su patético juicio sobre tu vida y tu cuerpo», denuncia.

Certifica que transitar te hace ganar o perder derechos según de cuál sea tu sexo de origen y de destino. Las mujeres trans salen siempre perdiendo. «Si quieres entender las diferencias entre hombres y mujeres, pregúntale a una mujer trans».

Esta joven pide que se respete a los trans tal y como son: tomen o no hormonas, decidan operarse o no. «Que la sociedad deje de estigmatizarnos y hacer prejuicios», solicita.

Eso sí, reconoce, en este sentido, que, dado que ella encaja en lo que prototípicamente se considera una mujer, ha tenido menos problemas que otras personas a la hora de encontrar un trabajo.