Niculina Ulmena, una rumana de 55 años, es una trabajadora intermitente. Unas temporadas se dedica a la recogida de fruta en las comarcas de Aragón y otras, cuando llega el invierno, se ofrece como limpiadora. Así va tirando y acumulando jornadas que, una vez sumadas, le dan derecho a percibir el paro.

Ella ve bien que ahora los desempleados de larga duración puedan cobrar una prestación especial desde los 52 años. Aun así cree que «es tan poco dinero que solo sirve como una simple ayuda cuando te quedas en paro y estás buscando otro trabajo».

«Es que, aunque no trabajes, tienes muchos gastos», señaló. «Hay que seguir pagando el alquiler, la comida, la gasolina...», enumeró.

Porque los inmigrantes que van en busca de trabajo de un lado para otro necesitan tener coche para ir a los sitios donde se ofrece trabajo. A coger cerezas a la zona de Caspe o pimientos a la comarca de las Cinco Villas, por ejemplo.

Cuando la agricultura no da más de sí, entonces Niculina va a limpiar fincas, en Zaragoza o en los alrededores, «allí donde me ofrezcan algo que merezca la pena».

En su situación, el subsidio de desempleo para mayores de 52 años representa una cierta seguridad, relativa y temporal, de que, en el peor de los casos, siempre tendrá algo a lo que recurrir.

El problema estriba en que su caso de trabajadora intermitente encaje debidamente en los requisitos exigidos para su percepción. Para ello debe sumar los periodos, a veces largos, en que está mano sobre mano porque no le sale nada de nada.

Claro que Niculina no ve en el subsidio un horizonte deseable, solo una forma de tener algún ingreso mientras busca otro empleo como temporera o señora de la limpieza, dos sectores en los que predominan los trabajadores de origen extranjero y baja cualificación.