La ausencia de Pedro Sánchez de Zaragoza durante la campaña electoral (tenía previsto venir ayer y no lo hizo por mero cálculo electoral, a lo que parece) no es más que otra muestra de la baja intensidad de la misma. No solo dura menos días. No solo no se ha colgado ni pegado un solo cartel electoral. No solo no se ve interés popular en las calles. Es que, además, el líder socialista, el presidente en funciones y candidato a jefe del Ejecutivo que salga de las urnas no se va a dejar ver por la capital aragonesa, cuarta o quinta ciudad de España.

Pero no hay que exagerar la importancia de esta ausencia. Los electores, en general, están cansados de tanta política, tras años de convocatorias estériles. Muchos de ellos, sin duda, solo se interesan por la cosa pública cada cuatro años, cuando toca celebrar elecciones. El resto del tiempo van a lo suyo, pues no es fácil estar permanentemente politizado, movilizado a favor o en contra de algo, a no ser que te toque muy de cerca y se tenga un interés directo. (EL PERIÓDICO DE ARAGÓN ofrece este domingo una cobertura informativa especial con motivo de las elecciones generales 10-N).

Esta actitud no es nueva. Primun vivere…, se decía ya en tiempos de los romanos, y perdón por el latinajo. Hay que valer para estar siempre haciendo política, de no ser uno un político profesional que vive de ella, claro. Se constata, además, una sensación de hartazgo que podría influir en los índices de participación. Aun así, no es una situación deseable. España se ha visto abocada a ella y cada uno puede culpar a quien mejor le parezca.

Por otro lado, la tendencia a desconectar es siempre muy fuerte. Los abstencionistas voluntarios están ahí para demostrar este punto. Podrían dar lecciones a los votantes contumaces, que también los hay. De hecho cada partido cuenta con una masa más o menos grande de fieles seguidores a machamartillo. De todos es sabido que los que son muy de derechas no se pierden ni una sola cita electoral. Madrugan y todo el día señalado. Las izquierdas tienen más problemas para retener a sus electores potenciales. La gente de izquierdas se cuestiona más, es más hamletiana, por decirlo de una forma pedante.

Aunque los tiempos han cambiado. Hay más oferta electoral, más posibilidad de elegir entre un partido y otro en un espectro ideológico muy bien surtido. Hasta hace pocos años había un grupo reducido de partidos y nos apañábamos. Estaban el PP, el PSOE, la izquierda del PSOE y los nacionalistas. Era el bipartidismo, queridos niños. Pero ese mundo ha periclitado, es inútil añorarlo.

La ausencia de Sánchez de Zaragoza, por la causa que sea, no es ningún drama. La idea de que un líder tiene que estar en todas partes en campaña electoral, multiplicarse y aparecerse en carne mortal por doquier a sus seguidores puede que empiece a ser una cosa del pasado. Habrá que estar atentos a lo que depare el futuro, nunca se sabe. El vídeo mató a la estrella de la radio y las nuevas tecnologías podrían hacer una de las suyas.

Los políticos (los nacionales al menos) están ya muy presentes en nuestras vidas a través de la tele, la radio y las redes sociales. A veces esta presencia mediática resulta un poco abrumadora, sobre todo, como es ahora el caso, cuando se acumulan las elecciones.

Un poco de misterio no estaría mal. Un líder en la lejanía a lo mejor es más líder. En la distancia corta, salvo excepciones, las figuras más conocidas de la política pierden atractivo. Vienen a Aragón y no salen de cuatro generalidades sobre nuestra tierra, se nota que pisan terreno poco conocido.

En los mítines, pese al disco aprendido que traen, siempre están, comprensiblemente, a un paso de meter la pata en alguna cuestión fundamental de la historia, la cultura o la economía de la comunidad. Cuando uno va sin pausa de ciudad en ciudad dando mítines debe de perder un poco la noción del tiempo y del espacio. De ahí al político robot puede que no haya mucho.

Y luego, a un nivel más local, cuando, con ocasión de un mitin de campaña, aparece por Aragón un alto cargo de Madrid eclipsa bastante a los cuadros situados en un nivel inferior de su organización, con los que la sintonía puede no ser plena. Les da la bendición paternalista y proyecta sobre ellos una sombra inquietante.

La ausencia del líder, del padre en un sentido más general, puede convertirse en una gran oportunidad. En una liberación para su partido y hasta para los mismos electores.