La semana pasada asistí a una reunión en la Facultad de Química de la Universidad Complutense de Madrid y tuve la ocasión de volver a charlar con Alfredo Pérez Rubalcaba. Lo encontré feliz, disfrutando de la docencia en química orgánica, y lleno de ilusiones y proyectos. Nada hacía presagiar que un alevoso ictus le iba a impedir cumplir sus ilusiones.

Conocí a Alfredo en 1976, cuando me incorporé como profesor agregado en la Universidad Complutense, y él estaba realizando su tesis doctoral. Desde el primer momento me impresionó su vitalidad e inteligencia. Once años más tarde, siendo ministro de Educación y Ciencia Javier Solana, volvimos a compartir un proyecto de modernización; él como director general de universidades, y yo como director general de investigación científica. Le corría la política por las venas, y supo entender el tiempo que le tocaba vivir y la necesidad de modernizar nuestro sistema educativo. En 1992 fue nombrado ministro de Educación y Ciencia, del que dependía el Plan Nacional de Investigación Científica, y pasó a ser mi jefe. En esos años pude comprobar sus excepcionales cualidades, inteligente, cercano, brillante, coherente, vital y honesto.

El pasado noviembre, en el Patio de la Infanta, y en el marco de un ciclo sobre química, organizado por la Real Academia de Ciencias de Zaragoza, en colaboración con la Fundación Ibercaja, impartió una magnífica conferencia titulada Química y Política, en la que ofrecía algunas claves para entender algunos de los comportamientos y «reacciones» de los políticos y de la actividad política. En su presentación tuve ocasión de aludir a su importante contribución a lo largo de treinta años como político y quince años como químico.

Alfredo Pérez Rubalcaba ha sido un hombre de Estado y una de las figuras más relevantes y honestas de la democracia española. Para muchos de nosotros, no es posible entender una época de la política española, y del fin de la banda terrorista ETA, sin la inteligente y generosa contribución de Alfredo Pérez Rubalcaba. Estamos en deuda con él. Descanse en paz.