La decisión de Pedro Sánchez de adelantar las elecciones generales al 28 de abril ha sido interpretada y valorada de forma diferente por el arco parlamentario. Y es que la predilección sobre la fecha idónea estaba muy relacionada con los intereses particulares de cada formación política.

Atendiendo a las declaraciones de los responsables de los distintos partidos, parece claro que a Ciudadanos, PP y Vox les interesaba que las generales coincidiesen con las locales, autonómicas y europeas. La razón fundamental era su confianza en que se producirá el llamado «efecto contagio», es decir, que en todas ellas se votaría en clave nacional y el esperado (por ellos) voto de castigo al PSOE se traduciría en un mejor resultado electoral en todos los ámbitos. Además, al PP le seducía la posibilidad de extender la fórmula andaluza del tripartito al conjunto de los ayuntamientos y parlamentos autonómicos.

Desde la perspectiva de Ciudadanos, la coincidencia le abría la posibilidad de establecer, a conveniencia, acuerdos en las diferentes instituciones a derechas o a izquierdas, y ello sin sufrir un castigo en la cercana cita del 26 de mayo, como tiene el riesgo de que suceda ahora. Por ello, es previsible que si Ciudadanos llega a ser clave a la hora de formar un gobierno nacional, fuerce un periodo largo de negociaciones que se extienda más allá de ese día, para evitar este efecto perverso.

Del lado de Unidos Podemos, observamos que no está tan clara su posición. Las declaraciones y acciones de Podemos hace tiempo que daban por finalizada la legislatura, muestra de lo cual es la celebración de las primarias internas en diciembre.

Seguramente Podemos quiere frenar la sangría de votos que se le están yendo (hacia el PSOE y hacia la abstención), reconstituyendo el tablero político y dándose cuatro años para rearmarse de nuevo. Sin embargo, en Izquierda Unida se hicieron todos los esfuerzos posibles por agotar la legislatura, bajo el argumento de que todavía se podían sacar adelante algunas leyes progresistas y derogar normas aprobadas por el PP durante la crisis. Pero, más allá de ese objetivo explícito, existía uno implícito, consistente en tener más tiempo para observar cuál era la evolución de su socio y jugar a mantener la puerta abierta para repetir la coalición o, por el contrario, presentarse de forma independiente.

Dejo para el final al PSOE. Analizando las declaraciones de los barones, parece que les interesaba adelantar las elecciones generales a finales de abril. La razón de ello tiene la misma base que la anterior (una esperada bajada socialista), pero el argumento es aplicado en sentido contrario: suponen que Sánchez recibirá el castigo del electorado en las generales y que la ciudadanía se sentirá liberada del marco discursivo estatal, para expresar su voto en clave local y autonómica el 26 de mayo.

Por eso no deseaban unas generales en otoño, ya que piensan que el votante aprovechará la primera ocasión que tenga para castigar a Sánchez.

Como se desprende del análisis, todos los partidos hicieron sus cábalas y prospecciones tratando de identificar el momento más adecuado para sus intereses, ejerciendo presión sobre el presidente para que se decantase por la opción que más les convenía. Pero, claro, lo único cierto es que solo Sánchez tenía en su mano la decisión, por lo que a la hora de adelantarlas a la última semana de abril ha tenido en cuenta, además de lo comentado más arriba, otra serie de criterios que permiten a su partido situarse en una plataforma de lanzamiento más propicia de cara a las dos citas electorales.

En primer lugar

Al hacerlo el 28 en vez del 14, se da el tiempo necesario para construir y difundir de forma convincente un relato positivo sobre su escaso año de gobierno. Prueba de ello es la propia rueda de prensa en la que ha comunicado su decisión. Los argumentos señalados pueden considerarse la base de su estrategia comunicativa durante la campaña: motivos de la moción de censura; único gobierno capaz de unir a los españoles para abordar los grandes retos que tenemos ante nosotros; repaso de los aciertos de la acción de gobierno; bloqueos sistemáticos e interesados de la oposición; moderación, diálogo y centralidad como alternativa a la visceralidad y agresividad de la oposición y de los soberanistas. Además, hay que tener en cuenta que ese relato debe estar en consonancia con el de sus barones, pues estos se encontrarán en precampaña en plena campaña nacional.

En segundo lugar

Sánchez ha valorado un aspecto esencial, aprendido en las autonómicas andaluzas: el miedo a la abstención en la izquierda. Para ello, ha debido tener en cuenta la ventana de oportunidad que le ofrece la ventaja que le dan las encuestas, abriéndole la posibilidad de sumar a izquierdas (Podemos y confluencias) y derechas (Ciudadanos) en muchas instituciones. Igualmente, tratar de romper en la medida de lo posible el imparable ascenso de Vox, encontrando un difícil equilibrio entre azuzar el miedo a ese partido y darle mayor presencia mediática. Finalmente, ha debido tener en cuenta el riesgo de «cansancio electoral», al estar convocadas dos elecciones en un breve periodo de tiempo, que puede alimentar la abstención en las filas socialistas.

Una vez el escenario electoral está despejado, querría terminar con una consideración más: los partidos han de asumir que en este caso, quizás más que nunca, que el periodo de campaña electoral será clave en los resultados, dados los altos niveles de indecisión existentes sobre la preferencia de voto. Hablamos de complejidad y volatilidad, además de incertidumbre y debilidad e imperfección de cualquier decisión que se tome durante la campaña. Todo un reto para los estrategas y analistas políticos.

*Sociólogo