Los atentados de ayer fueron de tal magnitud e implicaron tanta crueldad que muchos han vacilado a la hora de atribuirselos a ETA. Hay todavía en ciertos sectores una resistencia a admitir que todos los terrorismos acaban cometiendo los mismos desmanes. El señor Otegi dijo ayer mismo que, ni por hipótesis, podía pensar en la autoría de ETA. Muchos le creyeron. No se pararon a pensar que, ante organizaciones terroristas, la mayor ignominia es sólo cuestión de tiempo.

ETA venía anunciando un atentado de este tipo desde que dos terroristas fueron detenidos en San Sebastián tras haber colocado sendas maletas de explosivos en dos trenes que se dirigían a Madrid. La intención de cometerlo se confirmó más tarde con la detención de la furgoneta de Cuenca. ETA lleva tiempo tratando de dar un golpe como el de ayer para demostrar su fortaleza. Que no haya avisado de antemano de la colocación de las bombas no es motivo suficiente para hacernos dudar de su autoría. Sólo nos confirma que la banda subordina todo, incluso las vidas de las personas, al éxito de sus acciones.

Ya no hace falta que ETA reivindique una acción para que podamos atribuirsela. Nunca reivindicó el múltiple asesinato de la Cafetería Rolando en los tiempos de la transición democrática. Hay actos que repugnan y avergüenzan a sus propios autores. Esta vez se ha hecho necesario que ETA niegue positivamente su participación en la masacre de ayer para que comencemos a pensar que ella está libre de toda responsabilidad. No cabe ya la presunción de inocencia. ETA nos ha hecho extremadamente difícil de creer que, detrás de cada atentado, no esté su mano despiadada. Sobre ETA recae, por tanto, la carga de la prueba.