Los hay grandes, los hay pequeños, de tres semanas o de solo un día, de música, cine, teatro, fotografía o de todo un poco. Son los festivales que principalmente en verano se celebran a lo largo y ancho de todo Aragón. Son muy diversos, sin embargo todos tienen algo en común, unos objetivos que los unen: atraer turismo, visibilizar y poner en el mapa el territorio en el que tienen lugar.

Lo primero que se debería establecer es ¿qué es un festival? Toño Monzón, director del renovado Festival de los Castillos, considera que en muchos municipios «hay festivalitos muy pequeños, que son más fiestas locales de autoconsumo para atraer a vecinos que viven fuera o en los alrededores», explica, para matizar después: «Si existiera el programa Festivales de Aragón como antes...». Víctor Domínguez, organizador del Slap, cree que «somos una tierra que repele a los festivales» porque pese a lo que pueda parecer, «no hay muchos. Hay alguno importante, como Pirineos Sur, y luego están los pequeñitos, que no llegan a 5.000 personas por día; ahí estamos nosotros, el Estoesloquehay, el Polifonik de Barbastro o Lagata; pero antes estaba Monegros, el Zaragoza ciudad, que llegó a tener 15.000 personas». Y añade que Zaragoza es «una ciudad poco propicia por el calor».

Pirineos Sur es el Festival en mayúsculas. El año pasado atrajo a alrededor de 60.000 personas a Sallent y Lanuza. Organizado por la Diputación Provincial de Huesca (DPH) -como el Festival Camino de Santiago-, se creó hace 27 ediciones para «acercar la cultura a todo el territorio y dinamizar el valle en periodos de menos afluencia» turística, afirma Berta Fernández, diputada de Cultura de la DPH. Hace unos años se elaboró un estudio por el que cada euro que se invierte revierte en 10 en el territorio» e incrementa el turismo en otras fechas.

En el caso del Festival Camino de Santiago, «es más difícil de evaluar» porque las actuaciones son en iglesias y de entrada gratuita. Para Fernández, está claro que para despuntar hay que apostar por «ser singular», aunque también ayuda «el entorno, bien sea arquitectónico o paisajístico». Los festivales son, para la provincia oscense «una forma de diversificar la economía y una estupenda tarjeta de presentación».

Jesús Gericó es el alcalde de Sallent. Sin cifras concretas, reconoce que durante las tres semanas de Pirineos Sur, está «lleno al 100% y los fines de semana, saturado», aunque depende del tipo de concierto; en el de Mark Knopfler se llenaron los hoteles; en el de Kase.O, la acampada. El condicionante del crecimiento del festival son las infraestructuras y la orografía, ya que es un municipio de 1.000 habitantes y «tenemos servicios para mil y te das cuenta de las carencias». Pero más allá de Pirineos Sur hay vida. El 1 de agosto estará Pablo López.

DEL MAYOR AL MÁS PEQUEÑO

Frente a las cifras de Lanuza y Sallent, está Ascaso, la muestra de cine más pequeña del mundo, que se llena al 100% con las 220 personas que caben en la era donde se proyectan las películas. Con este festival dedicado al cine de autor (comienza a finales de agosto) se pretende «poner Ascaso en el mapa» puesto que es «un pueblo abandonado por las administraciones. Está a 6 kilómetros de Boltaña y aunque siempre ha vivido gente, no hay luz de forma normalizada ni servicios públicos». Gracias al crowfounding adecuaron la zona de proyección. El año pasado hubo una media de 190 personas y un estudio señala que en alojamiento, comida y resto de gastos, «se dejaron alrededor de 70.000 euros». Su objetivo es crecer en presupuesto (de 12.000 a 15.000) para profesionalizar los servicios, ya que ahora los hacen voluntarios.

El próximo fin de semana se celebra en el cámping de Zaragoza el Slap. «Es complicado hacer que la gente venga a Zaragoza por el calor», dice Víctor Domínguez, pero el año pasado, hubo unos 3.500 asistentes, de los que entre un 30% o un 40% eran foraneos.

El Polifonik sound de Barbastro acaba de terminar y cumplido con su objetivo: «atraer turismo». Asistieron unas 4.000 personas y el impacto económico será como el año pasado, de unos 140.000 euros, según su organizador, Iván Arana. El perfil del asistente es de entre 22 a 45 años, quizá no más jóvenes ya que «no hay cámping». La idea es tener unas 2.000 personas diarias, no más «porque no hay más camas». En esta edición ha habido más asistentes de Zaragoza, Cataluña, País Vasco, Navarra y Madrid; que «vuelven en otras épocas del año». Como anécdota señala que el 23 de junio se agotó el vino. El caldo es una seña de identidad tanto en el Polifonik como en el Festival Vino del Somontano. Sirven para «visibilizar» la ciudad desde el punto de vista cultural, señala el alcalde de Barbastro, Antonio Cosculluela. El año pasado, en la Ruta del vino hubo más de 77.000 visitas a las bodegas.

Daroca es un certamen especial porque está dedicado a la música antigua. «Nos pone en el mapa y es una gran atracción turística» tanto por los asistentes a los conciertos como por las 120 personas de toda España que participan en el curso y que «pululan, comen beben y hacen vida en Daroca esos días», señala su organizador, José Luis González Uriol. Lo mismo opina el alcalde de la localidad, Miguel García, ya que «vienen unas 3.000 personas» para ver artistas de primer nivel por lo que «ofrecemos una imagen cultural de primer orden».

Borja acogerá a principios de agosto el segundo Amante, una propuesta que surgió a iniciativa de tres amigos habituales de los festivales, María Pablo, Nacho Pardo y Miguel López, que querían que «en lugar de ir nosotros, que los festivales vinieran a Borja». El ayuntamiento tomó el testigo y aporta el presupuesto. «Borja es ciudad de música», con los festivales de jazz, las jornadas coralistas y ahora el Amante, dice su alcalde Eduardo Arilla, quien señala que en 2017 «funcionó muy bien». Asistieron unas 1.500 personas de 24 provincias y en esta edición han ampliado a tres días. Su objetivo es «completar la oferta de música indie» junto a Barbastro y Zaragoza (FIZ).

El Festival de los Castillos celebra su primera edición. Con la experiencia del Puerta al Mediterráneo de Rubielos y Mora (31 ediciones) se suman ahora actuaciones en los castillos de Sádaba, de Illueca y de Valderrobres. Su director, Toño Monzón, apuesta por las «sinergias» y, en el caso de esta iniciativa, de «poner el valor el patrimonio a través de las artes escénicas. El hecho de tener un festival coloca al castillo y al pueblo en los medios y atrae turismo», señala. Y lo corroboran Ángel Gracia, alcalde de Rubielos de Mora, ya que estas propuestas «de calidad atraen visitantes y promocionan las localidades». Y Santos Navarro, primer edil de Sádaba, que debuta en esta edición: un festival «le da vida al castillo y lo vende a él y por extensión a la localidad y a la comarca».

Aragón no pretende ser un destino de «sol y playa», señala José Luis Soro, consejero de Vertebración del Territorio del Gobierno de Aragón. Y los festivales posibilitan que pequeños municipios multipliquen su población durante unos días y se convierta en atractivos por la programación, por las maravillas del entorno, de los productos locales y las tradiciones», asegura.