De D'Alessandro a Arzo hay 98 jugadores, como si hubiera habido un fichaje al mes, 10 entrenadores, 8 directores técnicos y deportivos, cuatro presidentes. Los ocho años de Agapito Iglesias han sido una era de excesos en todos los aspectos, también en el deportivo, de destrucción masiva de un club que se ha quedado hueco, sin dinero, sin estructura, sin proyecto, sin equipo. 98 fichajes, 50 de ellos extranjeros, algunos cuyos nombres el aficionado hará bien en no recordar, más 27 jugadores del filial, son los números que definen el fracaso en la gestión de Agapito, que dibujan la pérdida de rumbo, la deriva deportiva en la que anda sumido el Real Zaragoza que, por primera vez desde mediados de los cincuenta del pasado siglo, repetirá temporada en Segunda.

Al principio, solo al principio, hubo un proyecto, una idea, un modelo reconocible. El plan con el que Agapito desembarcó en el Real Zaragoza incluía a Víctor Fernández de vuelta al banquillo, Miguel Pardeza en la dirección deportiva --puesto que ocupaba desde el 2002-- y fichajes como Aimar, Diogo, Piqué o D'Alessandro, claros indicios de una apuesta por un estilo de fútbol, de respeto por la historia, de la búsqueda del éxito por medio del buen juego. Es fácil juzgar aquel fracaso después de los malos resultados, porque aquello acabó como acabó, pero ya entonces podían identificarse también algunos rasgos de nuevo rico que siempre definieron a Agapito, con el paseo por Soria con Aimar bajo el brazo como mejor ejemplo, como símbolo de los nuevos tiempos.

A partir de entonces, todos los proyectos emprendidos por Agapito han sido cortados por el mismo patrón, iniciados desde la absoluta confianza con sus empleados y rotos por el más completo distanciamiento hacia el soriano, indescifrable casi siempre, imprevisible en todas las ocasiones. Sucedió con Víctor Fernández, ocurrió con Gerhard Poschner, con Marcelino, con Antonio Prieto, con Manolo Jiménez, García Pitarch ha sido el último. El dueño del club ha hecho y deshecho a su antojo, desde la presidencia a la base de la Ciudad Deportiva, fichando y traspasando, incluso despidiendo, pagando en contadas ocasiones.

MODELO ROTO

El Real Zaragoza de siempre, el que ya no existe, había confeccionado sus equipos, incluso los más grandes, a base de cesiones y comprando jugadores jóvenes y baratos a los que luego poder sacar partido con un traspaso, sumándoles a los mejores futbolistas de Aragón, que también existían y aún existen. Agapito reventó pronto ese modelo. Al principio con grandes nombres, nada de jóvenes promesas, más bien veteranos de vuelta, después con un exceso de número de jugadores de todo pelaje y procedencia, que provocaron una pérdida irreversible de calidad en la plantilla. Tanto, que el equipo se ha ido renovando cada temporada, incuso dos veces por año con mercados de invierno más agitados que los de verano, malviviendo en Primera División, descendiendo dos veces y, esta última, absolutamente incapaz de pelear por el ascenso en la peor Segunda en décadas.

Agapito ha sido el dueño del club en toda la amplitud del término. Los presidentes que ha habido en este tiempo no han sido sino paraguas, escudos en los que cobijarse de la luz pública. Algunos de supuesto prestigio y muy bien pagados como el exconsejero Bandrés, otros efímeros como Salvador Arenere, otro ajeno a todo como Fernando Molinos, que todavía figura como presidente en los papeles aunque hace tiempo que dejó de serlo. El propio Agapito se puso en primera línea en el 2010, pero enseguida buscó una nueva protección. Los directores deportivos, responsables de la parcela técnica, fueron derivando a personajes de diferentes procedencias y diversos intereses. La dimisión de Miguel Pardeza --una rareza en estos ocho años-- propició la llegada de Antonio Prieto, de un perfil bastante más bajo, y de Gerhard Poschner, un agente de jugadores de confianza contratado para fichar jugadores.

Con ambos acabó distanciado Agapito Iglesias, siempre detrás de todas las operaciones, mientras Pedro Herrera quedaba arrinconado hasta su despido. La secretaría técnica del club quedó completamente arrasada con las salidas de Luis Costa, Manolo Villanova, Nieves, Ander Garitano, Jesús Solana o Santi Aragón el verano pasado. En el 2012 decidió convertir en mánager a Manolo Jiménez, con quien llegaron jugadores inolvidables como Romaric, Wílchez, Loovens, Babovic o Bienvenu. Jiménez fue el tercer técnico en completar una temporada bajo el mandato de Agapito tras Víctor Fernández y Marcelino. La diferencia es que el sevillano dejó al Zaragoza último de Primera. Esta última campaña, a falta de presidente, García Pitarch llegó como director general y, Moisés, como secretario técnico. Otro cambio de rumbo, un nuevo golpe de timón.

Con 98 nombres --cuatro de ellos repetidos--, la lista de fichajes de Agapito es un cajón de sastre (y desastre) en el que aparecen Aimar, Ayala, Matuzalem, Oliveira, De Barros, Pignol, Songo'o, Pennant, Pablo Amo, Pongolle, Boutahar, Pinter, N'Daw, Meira, Barrera, Juárez, Antonio Tomás... futbolistas de prestigio decreciente que en el Zaragoza han perdido el poco o mucho que podían tener. Muchos de ellos parecían un buen fichaje pero acabaron no siéndolo, casi todos devorados por una situación social e institucional insostenible, por la trituradora en que ha convertido el club Agapito Iglesias.

UEFA

La primera temporada acabó razonablemente bien en lo deportivo, con la clasificación del equipo para la UEFA, y la intención de Agapito era seguir creciendo, ser más grandes, incluso ganar una Liga, al menos una, como proclamó el mismo dueño. Al precio que fuera, claro, el dinero no iba a ser problema. En el verano del 2007, el Zaragoza de Agapito protagonizó dos excesos que rozaron la obscenidad. Primero, el fichaje de Ayala pagando seis millones de euros al Villarreal cuando unos meses antes estaba libre al acabar contrato con el Valencia. Segundo, el abordaje casi pirata para conseguir a Matuzalem, que abandonó sin permiso, ni acuerdo ni pago, la concentración de su equipo iniciando un contencioso que aún está en los organismos europeos. Los resultados acabaron con Víctor Fernández, el club apostó por Garitano, que duró un partido, después por Irureta, perfil totalmente diferente, y, por último, por Villanova. El Zaragoza que quería ser más grande que nunca bajó a Segunda.

En cuanto el equipo consumó el descenso, un nuevo exceso, otra excentricidad de nuevo rico. En Segunda, Agapito ejerció la cláusula de compra de diez millones por Oliveira y puso en el banquillo a uno de los técnicos de moda del fútbol español, Marcelino García Toral, al que convenció con una ficha superior a la de Guardiola en el Barça. Los golpes de efecto han sido otra de las especialidades de Agapito en estos ocho años. Cambios de timón en situaciones desesperadas, cortinas de humo casi siempre, en campañas también cortadas por el mismo patrón.

Desde el ascenso del 2009 el guión ha seguido el mismo ciclo agónico que ha terminado por desencantar al zaragocismo, buen inicio de campaña, despido del técnico a mitad, revolución en enero, milagro para salvar al equipo cada vez más lejos de la permanencia y renovación del entrenador para ser despedido a mitad del año siguiente. Tampoco han faltado situaciones esperpénticas en los mandos del club, como la huida de Arenere y su grupo a los días de aterrizar en el club o la confirmación de Gay como entrenador casi una madrugada de Nochebuena tras varias semanas en el cargo y negociaciones infructuosas con Víctor Muñoz.

Los números son solo la plasmación de un fracaso detrás de otro, de la ausencia de una idea, de la reconversión del club a un mero instrumento para el manejo de Agapito Iglesias. Todas las temporadas han supuesto un nuevo comienzo, dos en muchos casos. En la campaña 2009-10, el club incorporó a 15 jugadores, siete de ellos en el mercado invernal. En la 2011-12, el número de fichajes se elevó a 17, con solo cuatro en enero, mientras que el récord corresponde al curso 2012-13 con 19 incorporaciones, cinco en el segundo mercado de fichajes. Este curso la cifra se ha reducido a once con una única incorporación invernal, Arzo, por falta de dinero.

LA CANTERA

La triuturadora ha alcanzado también la Ciudad Deportiva, desmantelando todo lo que había antes del 2006. Agapito acabó con la era de Javier Ruiz de Lazcano, Chirri, para situar a Ernesto Bello, procedente del Deportivo, que duró dos años y dejó paso a Cabellud y Esnáider, que únicamente aguantaron uno. José Ignacio Soler ha sido la incorporación de esta campaña. En esta era del constructor soriano, el Real Zaragoza B ha tenido nueve entrenadores, a veces más de uno por temporada: Pascual Sanz, Manolo Villanova, José Aurelio Gay, Garitano, Emilio Larraz, Juan Eduardo Esnáider, Álex Monserrate, Jesús Solana y, de nuevo, Emilio Larraz. En el 2011, el club compró la plaza en Segunda B que no pudo conseguir deportivamente por 400.000 euros para descender un año después. El caos y la destrucción de Agapito no conocen límites.