Ripoll es hoy un puzle de más de 10.500 piezas, tantas como habitantes, que por vez primera en su historia reciente afronta la amenaza de acabar desarmado. Apenas han saltado un puñado de piezas, pero lo han hecho de una forma tan abrupta e imprevisible que han puesto en jaque el laborioso ensamblaje de pedacitos de lo más variado, una aleación de mestizaje que tras años de esforzada dedicación acabó conformando un paisaje homogéneo, un todo. Los ataques de Barcelona y Cambrils han supuesto un duro manotazo sobre el tapete que amenaza con alterar la armonía, el equilibrio cromático y de sensibilidades de la localidad catalana.

Lo puede atestiguar Merche, cuya figura bien hubiera podido simbolizar semanas atrás la serena mezcolanza de la localidad por su condición de autóctona criada en un entorno de tradición católica a la vez que casada con un magrebí y convertida a la fe musulmana. Desde los atentados, esta mujer está recibiendo insultos y desprecios por parte de algunos de los clientes del local donde trabaja. «¿Qué haces con ellos? ¿Eres una de ellos?», le sueltan a veces a Merche -cuyo nombre es figurado en este relato- con agresividad, según explica gente de su entorno. Son minoría, pero hacen suficiente daño para que esté barajando «seriamente» la posibilidad de coger la baja «por la tremenda angustia que arrastra».

En el extremo opuesto, el de la conciliación y la voluntad de atemperar los ánimos, velando por que el puzle se recomponga, anda el grueso de la población. Uno de los ejemplos lo representan las empresas del gremio cárnico de Ripoll, que están ultimando un protocolo para evitar situaciones de acoso a los empleados de origen magrebí, habituales en el sector. «Nos han garantizado que seguirán contratando a trabajadores musulmanes», detalla un miembro del comité de empresa de una de estas firmas.

Pero, otra vez, el reverso de la moneda. A la veterana dueña de un establecimiento del municipio ya le han confesado propietarios de otros negocios que «no piensan contratar a ningún familiar» de los miembros de la célula, alguno incluso a quienquiera que profese el islam. Lo dice ella, que ha tenido empleados magrebís «con un rendimiento excelente» y que no va a incorporar elementos de intolerancia a su proceso de selección de personal. «Como me temía, ya están aquí las represalias. Estoy segura de que la familia de los chavales, que también es víctima de todo esto, no tendrá más remedio que marcharse de aquí», dice.

Frágil equilibrio sobre el que se sostiene Ripoll durante este trance, en el que está en juego su futuro modelo de coexistencia. «Aquí ha habido una ruptura, había una confianza y una seguridad que se han fundido. El terrorismo hace daño a cualquiera, pero el hecho de que quienes lo hayan hecho sean gente que estudiaba con unos, que trabajan con otros o eran vecinos de rellano ha hecho muchísimo daño», dice Maria Dolors Vilalta, concejala de Convivencia de Ripoll.

El desafío a la unidad ya está aquí. Se palpa en el ambiente, se detecta en algunas conversaciones, se constata con acciones como los adhesivos xenófobos con los que ha amanecido la mezquita donde se reúne la Comunidad Islámica Anour. Prou islamització, se podía leer en las pegatinas, algunas de las cuales han retirado «los mismos Mossos», según uno de los fieles.

Samira, una musulmana que acude a comprar a una carnicería del paseo de Sant Joan, reitera la buena relación que mantiene con muchos vecinos. «Mi familia va a sus casas y ellos vienen a la nuestra. A comer, a que los niños jueguen... Pero ahora hay gente que ya no confía en nosotros. Deben saber que seguimos siendo los de siempre, que estamos aquí para trabajar, criar a nuestros hijos y que tengan un buen futuro», dice.