El rastro está en boca de todos en Zaragoza. El Gobierno municipal ha abierto el melón del posible cambio de ubicación por la pérdida de clientela de los miércoles, mientras desde otros sectores le anuncian que sus probabilidades de éxito son escasas (por no decir nulas) porque «no es un problema de emplazamiento» el que tiene la venta ambulante. Macanaz, la explanada de la Estación del Norte o Romareda tendrán la misma respuesta que cualquier otro rincón porque la herida es de mayor calado que el sitio escogido. El PERIÓDICO ha consultado a representantes del tejido empresarial, comercial y vecinal, y todos tienen su diagnóstico, y algunos el remedio, pero todos confluyen en que allá donde vaya, le perseguirá su enfermedad.

Para algunos ese problema es «de baja demanda porque la competencia es voraz». La proliferación de tiendas outlet o de bajo coste, el auge de las compras por internet o el aterrizaje de un comercio asiático muy competitivo en el bolsillo... Pero es un mal que afecta a todos, no solo a la venta ambulante. Para otros es una cuestión «de fechas». Y para otros es casi de naturaleza, como defiende Ecos, que aboga por su desaparición directamente.

LOS EXPERTOS

Dioscórides Casquero, experto en la materia y responsable técnico de los traslados de emplazamiento que ha vivido el mercadillo, «el problema no es la ubicación, es la fecha». Con ello se refiere al día elegido entre semana, el miércoles. Según explica, esta elección «nunca ha funcionado» ni en La Romareda, ni en el Príncipe Felipe ni actualmente, «y vayan donde vayan, les ocurrirá lo mismo». Defiende que cuando realizaron estudios sobre la ubicación actual prestaron atención a aspectos como el pavimento, que es hidrófugo, la capacidad de aparcamiento para el público y los vendedores y el espacio, suficiente para todos los comerciantes. «El emplazamiento actual es el mejor que han tenido nunca», subraya.

Que Zaragoza se decantara por el miércoles resultó de su antigua ubicación, muy cerca del Miguel Servet. De allí procedía «una parte importante de la clientela», que acudía al hospital entre semana, especialmente ese día. «Ya ha desaparecido la razón histórica, pero ahora ya no tiene ningún sentido», sentencia. Más allá, Casquero recuerda que, cuando se realizaron los últimos traslados, se redactaron estudios de afluencia. De ellos destaca que los miércoles siempre se encuentran por debajo del 50% de los niveles que registran los domingos.

Para él, que este día no funcione respondería a dos cuestiones. La primera, la estacionalidad semanal o la tendencia creciente a concentrar las compras en el fin de semana, un fenómeno generado por los nuevos hábitos de consumo y por la incorporación de la mujer al mercado laboral. La segunda razón es la naturaleza de los productos en venta, textiles y complementos, artículos que se adquieren fuera de los horarios laborales porque, como no son de primera necesidad, al consumidor le gusta compararlos.

Por todo ello, Casquero apuesta por un cambio de fecha y de formato. Propone la elección «de viernes y domingos, pero no necesariamente todos los viernes, sino de manera quincenal». A su vez, el cambio del formato buscaría atraer «sectores demográficos distintos» con una oferta ampliada que contara, por ejemplo, con alimentación ecológica o de proximidad y se mezclara con restauración, propuestas como foodtrucks, y zonas de animación. «Para cambiar las ventas, hay que atraer otro tipo de público», señala. No es su única propuesta, también apunta que hay que adecuar el mercado con elementos como cortavientos, bancadas para los puestos o lugares de sombra y digitalizarlo. «Venderían más porque merecería la pena ir», dice.

No opina igual la presidenta de Mercados Ambulantes, Esther Jiménez, quien considera que este problema se da «solo en Aragón», mientras que en otras zonas «se celebran seis y siete mercados a la semana, en los mejores espacios». Para ella, «es un atractivo turístico» pero Zaragoza «no tiene una cultura de mercado».

En contra del criterio de Casquero, juzga que el primer cambio de emplazamiento, de La Romareda al Principe Felipe, no fue a mejor y la ubicación actual es «peor todavía». «Cada vez nos han ido separando más del centro y con menos servicios. A nuestros clientes les cuesta llegar más», argumenta. La falta de servicios es el gran escollo. «No hay cerca una cafetería, no hay autobuses… Estamos aislados», describe.

Otro punto de vista es el de la Federación de Comercio y Servicios de Zaragoza y provincia (Ecos). Su secretario general, Vicente Gracia, considera que Zaragoza no debería tener mercadillo, puesto que «hay un exceso de capacidad de oferta». Explica que el rastro «ya lleva muchos años» y el enfoque municipal es «social». «Si el argumento es que no vende los miércoles, es porque ese día no venden ellos, ni las tiendas ni las grandes superficies», resalta.

Para Manuel Ortíz, expresidente de la Unión Cesaraugusta, el rastro «siempre generó rechazo», incluso en Romareda, ubicación que «fue impuesta». «Aunque la zona nunca ha tenido tanto transporte público como entonces, sí generó molestias. Los bares sufrían que todos usaran su aseo o el vecindario, que tenía los árboles con bolsas todo el año, como si fuera Navidad». «Han cambiado las reglas del juego y los clientes prefieren comprar una camiseta en Primark, que tienen más tallas, pueden probarse o cambiarla luego a hacerlo en el rastro», explica. «No hay rechazo social, es que no hay negocio para tantos y no pueden exigir un trato de favor», expone. «Si es un elemento dinamizador, que lo hagan itinerante», propone.

Mientras, asisten a una secuencia de acción-reacción con cada emplazamiento nuevo que surge del ayuntamiento, al que todos le recriminan que enfoque tan mal el problema. Dar la sensación de que nadie les quiera en su barrio cuando ese es un debate ficticio (y quizá interesado).