Teresa trabaja en el restaurante Getaria, a un tiro de piedra del paseo marítimo. Ella se refugió en un almacén del negocio junto con varias personas que pasaban por la calle. Recuerda que el día del atentado apenas fue gente a comer a su establecimiento. «Pero al día siguiente ya no tenían miedo y volvimos a dar las comidas habituales», relata. Además, las reservas de mesas tampoco se resintieron. Pasada la primera impresión, la vida retomó su pulso cotidiano.