"La gente en Rumanía se siente decepcionada. Creyó que su situación mejoraría con la entrada en la Unión Europea, que el presidente haría un montón de cosas. Eso fue en 2007 y apenas se han visto resultados positivos. Los rumanos solo quieren emigrar". Georgina se abre paso en la crisis española con trabajo y estudios, mientras contempla con desazón la falta de esperanza de su pueblo, condenado a hacer las maletas para conocer la prosperidad. "La gente está muy enfadada porque Rumanía no avanza. Y es una pena porque tiene muchas cosas buenas que ofrecer, pero no hay nadie que lo haga ver, que sepa sacarle partido".

La Unión exhibe un miembro más, sí, pero poco lucido. En este tiempo parece haberse cubierto de una ligera pátina de Estado cumplidor, pero su población no percibe las bondades que le vendieron antes de subirse al carro. "El sistema sanitario es pésimo: los hospitales son edificios muy antiguos. Hay que meter dinero en el bolsillo de los médicos para conseguir que te atiendan bien. Hace unos años me operaron allí y mi madre tuvo que pagar a una enfermera solo para poder quedarse en el pasillo por la noche".

El sueño europeo, el de la economía saludable, la meritocracia y el imperio de ley, todavía es un arcano en Rumanía: "Hay quien vive bien. Lo que falta es una clase media, que no existe. La corrupción y la mafia lo estropean todo. No creo que vote".