«Con 22 años me independicé en una casa compartida en la que vivía con varios amigos. Por pisos compartidos he pasado por cuatro ya». Este es el recorrido de Eduardo, un joven zaragozano de 33 años que acumula más de una década compartiendo vivienda con otras personas. Explica que, aunque ahora empieza a plantearse la posibilidad de vivir solo, las vivencias han sido buenas: «En el futuro no sé qué decisiones tomaré pero, para mí, ha sido un ciclo muy positivo. He aprendido a convivir. Soy el cuarto hijo de una familia y siempre me ha gustado vivir con gente», detalla.

En este periodo también estuvo un intervalo fuera de la ciudad, donde convivió con su pareja durante un par de años. De esta forma, y restando este bienio, en total suma unos nueve años compartiendo con amigos y extraños. «Me ha compensado muchísimo. He tenido muy buenas experiencias y he aprendido mucho, aunque también he tenido malas», detalla acerca de su trayectoria.

Relata que en los pisos en los que ha convivido ha intentado desarrollar «un ambiente de cooperación y generosidad». Sobre la gente que ha conocido en ellos, indica que han pasado compañeros «de todo tipo». Personas jóvenes, estudiantes y trabajadores de su misma edad en ese momento, de unos 23 a 28 años, pero también otras mayores que por problemas económicos tuvieron que decantarse por compartir piso. «Gente en exclusión social, de más de 50 años o inmigrantes que no podían permitirse otra cosa», explica. «Con la crisis ha habido mucha gente que ha cambiado. Antes todo el mundo podía permitirse alquilar un piso para él solo», dice.

Acerca de la decisión de elegir esta modalidad, lo tiene claro: «Siempre he compartido porque he querido. Lo hago por muchos motivos: por vivir en un ambiente cómodo y feliz y por el ahorro que supone. Si echas cuentas y vives solo, no tienes capacidad de ahorro o es nimia», considera. «Si ganas una media de mil y pico euros al mes y se te van 500 entre gastos y alquiler, por muy austero que seas, vas a gastar 400 euros mínimo», calcula este joven trabajador que sigue compartiendo piso.

Eso sí, el futuro parece distinto: «Estoy pensando en irme solo, igual a final de año. Según vas creciendo, te apetece más vivir solo o con menos gente y más conocida. Se van quitando las ganas de ir conociendo a extraños», concluye. M. d.