Tengo la íntima convicción de que con su muerte el presidente Suárez ha prestado su último servicio a su querida España. No es necesario desarrollar excesivamente las circunstancias políticas por las que atravesamos en estos momentos para entender esta idea. Suárez fue, sin duda, junto a Su Majestad el Rey, el artífice de la transición, ese apasionante proyecto que nos llevó de la dictadura hacia la España democrática.

Fue un hombre de concordia e hizo posible la reconciliación entre españoles tras la muerte de Franco, unidos por el común deseo de conseguir una España libre, democrática y también autonómica. Durante su mandato vivimos en una situación de gravísima crisis económica y social con una inflación superior al 20%, y sufrimos el azote del terrorismo --el de ETA pero también el del GRAPO-- que generaba semana tras semana, continuamente, víctimas. Los terroristas intentaban torpedear el proyecto democrático.

Ese azote terrorista y esa gravísima crisis, junto a otras numerosas dificultades, las pudo vencer un hombre como él, con una personalidad que hizo del presidente Suárez, sin duda, el hombre necesario para aquella hora histórica.

Él hizo posible que lo que era necesario, la transición a la democracia, fuera posible. Su capacidad de diálogo, su generosidad, su capacidad de seducción política, su profundo patriotismo, su clarividencia acerca de cuál era la misión que tenía que desarrollar desde la presidencia del Gobierno, hicieron posible, junto a otras muchísimas voluntades y siempre con el impulso de la Corona, que la transición a la democracia fuera posible.

Coherencia

En esta hora, sería bueno tomar ejemplo del legado personal e histórico del presidente Suárez. Sus discursos políticos en diversos foros pueden leerse ahora y comprobar su coherencia. Es una pena que algunos que desde otras posiciones ideológicas y políticas le acompañaron en aquel proyecto de la transición no puedan decir lo mismo.

En lo personal ni puedo ni debo olvidar que fue con él con quien comencé mi actividad política. Él me nombró gobernador civil de Asturias en julio de 1980 con tan solo 30 años de edad y desde esa especial responsabilidad viví aquellos decisivos y apasionantes años. Viví su dimisión y el golpe de estado del 23-F. Recién nombrado gobernador civil de Barcelona, ya con Calvo Sotelo en la presidencia, dimití para seguirle en su aventura del CDS, siendo candidato en las elecciones del cambio al socialismo del año 1982.

Desde ese particular afecto y agradecimiento personal quiero decir que, ojalá, su pérdida mueva las voluntades para acercarlas y no frustrar el gran proyecto de la transición de conseguir una España democrática unida en su diversidad territorial. Hace ya tiempo que Adolfo Suárez perdió la memoria. Hoy España, sin embargo, la recupera hacia él para honrarle como merece, como un hombre grande, con un lugar de honor en nuestra historia colectiva.